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—Fiestas eran las de antes —dijo el alto del muñón—. Y qué fies-
tas. Música y baile hasta el amanecer. La gente se divertía y festejaba de
verdad y nosotros no parábamos de trabajar. Éramos importantes, todos
nos admiraban. O nos temían, no sé. Una vez, hace mucho, ustedes no
habían llegado, estábamos en plena fiesta dale que dale con el baile y el
vino. Me acuerdo como si fuera hoy, fue justo el día que estrené un guar-
dapolvo blanco lindísimo. Bueno, la cuestión que me vinieron a buscar
de urgencia porque uno de los de pijama gris se había puesto difícil. Le
había pegado una trompada al enfermero y amenazaba con destrozar toda
la sala si no lo sacaban de allí; lo tuvieron que agarrar entre cuatro. Pre-
gunté con qué mano le había pegado y me dijeron que con la izquierda.
Ahí nomás lo hice llevar al quirófano y se la amputé. No me salió muy
bien, había tomado bastante vino. El tipo perdió mucha sangre y murió
al día siguiente. Pero a pesar de que tardé como tres horas, cuando volví
todavía estaban meta baile y meta vino. Esas eran fiestas.
—Olvidate de aquellas fiestas —dijo el viejo sin oreja—. Ahora
somos nosotros los que usamos pijamas y los guardapolvos los usan ellos.
—Ayúdenme con el cortocircuito y van a ver cómo los jodemos
bien jodidos.
—Con lo bien que le quedaba el guardapolvo blanco al profesor —
dijo el del bastón.
Apoyó el bastón en el suelo y la madera se partió. El tipo cayó y
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