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H istoria social de la literatura y el arte
El siglo XIX, o lo que por tal solemos entender, comienza al
rededor de 1830. Durante la Monarquía de Julio, y no antes, se de
sarrollan los fundamentos y los perfiles de este siglo, el orden so
cial en que nosotros mismos estamos arraigados, el sistema
económico cuyos principios y antagonismos perduran hoy todavía,
y la literatura en cuyas formas nos expresamos hoy por lo general.
Las novelas de Stendhal y Balzac son los primeros libros que tratan
de nuestra propia vida, de nuestros propios problemas vitales, de
dificultades y conflictos morales desconocidos para las genera
ciones anteriores. Julián Sorel y Matilde de la Mole, Lucien de Ru-
bempré y Rastignac son los primeros personajes modernos de la
literatura occidental, nuestros primeros contemporáneos intelec
tuales. En ellos encontramos por primera vez la misma sensibili
dad que vibra en nuestros propios nervios, y, en la imagen de su ca
rácter, los iniciales rasgos de la diferenciación psicológica que, a
nuestro juicio, forma parte de la naturaleza del hombre actual. De
Stendhal a Proust, de la generación de 1830 a la de 1910, somos
testigos de un desarrollo intelectual homogéneo y orgánico. Tres
generaciones luchan con los mismos problemas y durante setenta u
ochenta años el curso de la historia permanece inmutable.
Todos los rasgos característicos del siglo son identificables ya
hacia 1830. La burguesía está en plena posesión de su poder, y tie
ne conciencia de ello. La aristocracia ha desaparecido de la escena
de ios acontecimientos históricos y lleva una existencia meramen
te privada. El triunfo de la clase media es indudable e indiscutible.
Es cierto que los triunfadores constituyen una clase capitalista
enteramente conservadora y no liberal, que en parte ha adoptado
sin modificación alguna las formas administrativas y los sistemas
de gobierno de la antigua aristocracia, pero sus miembros no son
en modo alguno ni aristócratas ni tradicionalistas en sus formas de
vida y su ideología. El romanticismo fue ya sin duda un movi
miento burgués en lo esencial, que hubiera sido inconcebible sin la
emancipación de la clase media, pero los románticos se comporta
ron con frecuencia de modo sumamente aristocrático y coquetea
ron con la idea de dirigirse a ia nobleza como a su público propio.
Después de 1830 cesan estas veleidades, y se hace evidente que fúe-
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