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• El desarme
En un orden de cosas más estructural, un camino para promover la paz es el desarme.
A este respecto vale la pena hacer las siguientes aportaciones.
• El aforismo clásico, «Si quieres la paz, prepara la guerra», no es un principio acertado
en la práctica, ni correcto desde el punto de vista ético. Ésta ha sido la razón con la
que se ha justificado la carrera de armamentos.
En el fondo, se trata de un equilibrio del terror, ya que con la carrera de armamentos
desenfrenada existe incluso la posibilidad de eliminar la vida sobre la tierra. Indudable-
mente, la frase correcta debería ser: «Si quieres la paz, prepara la paz».
• Este desarme hay que pedirlo porque al riesgo de destrucción hay que añadir el es-
cándalo intolerable de los multimillonarios gastos militares cuando una gran parte de
la humanidad tiene unas necesidades vitales que no encuentran satisfacción, por ejem-
plo, el hambre.
Es bien cierta la afirmación del Concilio Vaticano II: La carrera de armamentos es la
plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable (Gaudium
et Spes, N.° 81).
• De ahí proviene la tarea ética de la reducción de armamentos, no unilateral, sino si-
multánea, de mutuo acuerdo entre todos los Estados, con auténticas y eficaces garantías
(Gaudium et Spes, N.° 82). Y esto adquiere máxima urgencia y gravedad cuando se
trata de armas de destrucción masiva.
• También es importante que los países desarrollados restrinjan el vergonzoso comercio
de armas, especialmente con los países en guerra o con regímenes que empeñan en
su compra los ya escasos recursos que deberían destinar a procurar sacar a su país
del subdesarrollo.
• Una autoridad mundial
Finalmente hay que afirmar que una autoridad mundial podría favorecer eficazmente
la causa de la paz.
• Es de desear que llegue un día en que haya un arbitraje efectivo y justo en los problemas
entre países por parte de una autoridad mundial que tenga el poder eficaz para garantizar
la paz.
Con palabras del Concilio Vaticano II:
Hemos de procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en la que, por acuerdo
de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere el
establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder
eficaz para poder garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de
los derechos. (Gaudium et Spes, N.° 82).
• Mientras no exista esta autoridad, vale la pena potenciar y respaldar el papel de la
ONU como árbitro en los conflictos que se producen.
Por eso:
— Son dignas de alabanza todas aquellas actitudes y actuaciones de los países miem-
bros y de la propia organización que le confieren credibilidad moral y eficacia con-
creta.
— Hay que rechazar todas aquellas otras que quieran situar a un país o a un grupo de
países por encima del conjunto de las naciones. Un nacionalismo insolidario o un im-
perialismo absorbente son factores que perturban el camino hacia la paz.
NPU