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108  NIGOLAS MAQUIAVELO

     que la enarbole. Y no se ve, en el presente, nadie en quien
      pueda depositar mejor sus esperanzas que en vuestra ilus-
      tre casa 7, la cual con su fortuna y virtud, favorita de Dios
      y de la Iglesia, de la que ahora es príncipe, pueda ponerse
      a la cabeza de esta redención. Lo que no será muy difícil,
      si tenéis presentes las acciones y la vida de los personajes
      que antes he mencionado. Y aunque estos hombres sean
      singulares y extraordinarios,  al fin y al cabo fueron hom-
      bres, y ninguno de ellos tuvo oportunidades tan favorables
      como la presente; porque su empresa no fue más justa que
      ésta, ni más fácil, ni les fue Dios más propicio que a vos.
      Esto es muy justo «iusturn enim est bellum quibus neces-
                                                        8.
      sarium et pía arma ubi nulla nisi in armis spes est»  Y
      hay ahora una gran disposición; y donde hay tan gran dis-
      posición no pueden existir demasiadas dificultades siempre
      que vuestra casa siga el ejemplo de aquellos que os he pro-
      puesto por modelo. Además de todo esto se ven señales ex-
      traordinarias, sin precedentes, dispuestas por Dios: el mar
      se ha abierto; una nube os ha señalado el camino; de la
      roca ha manado agua; ha llovido maná 9;  todo concurre a
      vuestra grandeza. El resto debéis hacerlo vos. Dios no quie-
      re hacerlo todo para no arrebataros el libre arbitrio y parte
      de aquella gloria que os corresponde.
        Y no hay que maravillarse si ninguno de los italianos  10
      citados ha podido hacer lo que podemos esperar que haga
      vuestra ilustre casa; y si en tantos cambios como ha sufrí-


        7   La casa  de los Medici  que,  con  la llegada  al papado  de Giovanni
      (León  X),  parecía  haber  conquistado  definitivamente   el poder  en  Flo-
      rencia.
        8   La cita es de Tito Livio, IX, 1, «Justa es la guerra  para  quien  la ne-
      cesita,  y piadosas  las armas  cuando  son  la única  esperanza»,  que, como
      casi siempre,  Maquiavelo  transcribe  de memoria.  Aparece  también  en Dis-
      cursos, III, 12 y en lstorie [iorentine, V, 8, en boca de Rinaldo  degli Albizzi.
        9   Estos  prodigios  son los que acompañaron  a los judíos guiados  por
      Moisés,  en su camino  hacia  la tierra prometida:  la división  de las aguas
      del Mar  Rojo  para  que pudieran  pasar,  la nube que  les guiaba,  la lluvia
      de maná,  el agua que Moisés  hizo  manar de la roca de Horeb.  Ver Éxo-
      do, 13-17.
        1º   Alude en particualr  a César Borja y a Federico Sforza,  citados  y pro-
      puestos  varias  veces como ejemplos  en El Príncipe.
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