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que la enarbole. Y no se ve, en el presente, nadie en quien
pueda depositar mejor sus esperanzas que en vuestra ilus-
tre casa 7, la cual con su fortuna y virtud, favorita de Dios
y de la Iglesia, de la que ahora es príncipe, pueda ponerse
a la cabeza de esta redención. Lo que no será muy difícil,
si tenéis presentes las acciones y la vida de los personajes
que antes he mencionado. Y aunque estos hombres sean
singulares y extraordinarios, al fin y al cabo fueron hom-
bres, y ninguno de ellos tuvo oportunidades tan favorables
como la presente; porque su empresa no fue más justa que
ésta, ni más fácil, ni les fue Dios más propicio que a vos.
Esto es muy justo «iusturn enim est bellum quibus neces-
8.
sarium et pía arma ubi nulla nisi in armis spes est» Y
hay ahora una gran disposición; y donde hay tan gran dis-
posición no pueden existir demasiadas dificultades siempre
que vuestra casa siga el ejemplo de aquellos que os he pro-
puesto por modelo. Además de todo esto se ven señales ex-
traordinarias, sin precedentes, dispuestas por Dios: el mar
se ha abierto; una nube os ha señalado el camino; de la
roca ha manado agua; ha llovido maná 9; todo concurre a
vuestra grandeza. El resto debéis hacerlo vos. Dios no quie-
re hacerlo todo para no arrebataros el libre arbitrio y parte
de aquella gloria que os corresponde.
Y no hay que maravillarse si ninguno de los italianos 10
citados ha podido hacer lo que podemos esperar que haga
vuestra ilustre casa; y si en tantos cambios como ha sufrí-
7 La casa de los Medici que, con la llegada al papado de Giovanni
(León X), parecía haber conquistado definitivamente el poder en Flo-
rencia.
8 La cita es de Tito Livio, IX, 1, «Justa es la guerra para quien la ne-
cesita, y piadosas las armas cuando son la única esperanza», que, como
casi siempre, Maquiavelo transcribe de memoria. Aparece también en Dis-
cursos, III, 12 y en lstorie [iorentine, V, 8, en boca de Rinaldo degli Albizzi.
9 Estos prodigios son los que acompañaron a los judíos guiados por
Moisés, en su camino hacia la tierra prometida: la división de las aguas
del Mar Rojo para que pudieran pasar, la nube que les guiaba, la lluvia
de maná, el agua que Moisés hizo manar de la roca de Horeb. Ver Éxo-
do, 13-17.
1º Alude en particualr a César Borja y a Federico Sforza, citados y pro-
puestos varias veces como ejemplos en El Príncipe.