Page 84 - El fin de la infancia
P. 84
observatorio. La mujer lo conocía, sabía muy bien cuales eran sus intereses y se
sentiría verdaderamente intrigada. Quizá no importaba tanto, pero Jan estaba decidido
a que nada quedara librado al azar. Dentro de una semana tendría una oportunidad
mucho mejor.
Sus precauciones eran excesivas, lo sabía, pero de este modo la empresa adquiría
un sabor de travesura juvenil. Por otra parte Jan temía más el ridículo que cualquier
posible amenaza de los superseñores. Si se estaba embarcando en una empresa
descabellada, nadie llegaría a saberlo.
Tenía motivos perfectamente justificados para ir a Londres; el viaje estaba
preparado desde hacía varias semanas. Aunque demasiado joven, y poco apto para
ejercer las funciones de delegado, Jan era uno de los tres estudiantes del grupo que,
en nombre de la universidad, asistiría al congreso de la Unión Astronómica
Internacional. El congreso coincidía con la temporada de vacaciones y hubiese sido
una lástima desperdiciar esa ocasión, pues Jan no visitaba Londres desde la niñez.
Sabía que muy pocos de los informes lograrían interesarle, aun en el caso de que
pudiese entenderlos.
Como cualquier otro delegado a un congreso científico oiría algunas de las
conferencias y se pasaría el resto del tiempo hablando con los colegas más entusiastas
o recorriendo la ciudad.
Londres había cambiado enormemente en los últimos cincuenta años. Tenía sólo
dos millones de habitantes, y un número cien veces mayor de máquinas. Ya no era un
gran puerto, pues todos los países se bastaban ahora a sí mismos y el mundo tenía
otra estructura comercial. Algunas regiones disponían de mejores productos, pero
estos eran transportados directamente por aire. Las rutas comerciales que habían
convergido alguna vez hacia los grandes puertos, y luego hacia los grandes
aeródromos, se habían dispersado transformándose en una red intrincada y uniforme
que cubría todo el planeta.
Sin embargo, algunas cosas no habían cambiado. La ciudad era aún un centro
administrativo, universitario y artístico. En estas cuestiones ninguna de las capitales
del continente podía rivalizar con Londres, ni siquiera París, a pesar de que muchos
afirmasen lo contrario. Un londinense del siglo anterior hubiera podido orientarse
fácilmente en la ciudad, por lo menos en el centro. Las grandes y horribles estaciones
de ferrocarril habían desaparecido. Pero el Parlamento era el mismo; la mirada
solitaria de Nelson estaba todavía clavada en Whitehall; la cúpula de San Pablo se
alzaba todavía sobre Ludgate Hill, aunque ahora otros edificios más altos desafiaban
su preeminencia.
Y la guardia desfilaba todavía ante el palacio de Buckingham.
Todas estas cosas, pensaba Jan, podían esperar. Estaba de vacaciones y se alojaba,
www.lectulandia.com - Página 84