Page 85 - El fin de la infancia
P. 85
con sus dos compañeros, en uno de los albergues universitarios. El carácter de
Bloomsbury tampoco había cambiado en este último siglo: era todavía una isla de
hoteles y casas de huéspedes, no apretujadas como antes, pero que aún formaban unas
largas e idénticas hileras de ladrillos manchados de hollín.
Jan no encontró su oportunidad hasta el segundo día de sesiones. Las
comunicaciones más importantes eran leídas en el Centro de la Ciencia, no lejos del
Concert Hall, que tanto había ayudado a que Londres se convirtiese en la metrópoli
musical del mundo. Jan quería escuchar la primera de las conferencias del día. De
acuerdo con los rumores, destruiría por completo la teoría entonces vigente sobre la
formación de los planetas.
Quizá así fue, pero cuando llegó el intervalo, Jan no lo sabía. Corrió a las oficinas
del directorio mirando las puertas.
Algún humorístico funcionario civil había instalado la Real Sociedad
Astronómica en el último piso del edificio, decisión que los miembros del consejo
apreciaban debidamente, pues tenían así una magnífica vista del Támesis y toda la
parte norte de la ciudad. Las oficinas parecían desiertas, pero Jan, llevando en una
mano, como un pasaporte, su tarjeta de socio, —por si alguien llegaba a detenerlo—
encontró fácilmente la biblioteca.
Tardó casi una hora en aprender a manejar los grandes catálogos de millones de
entradas. Al acercarse al final de la búsqueda le temblaban ligeramente las manos.
Por suerte no había nadie allí.
Puso otra vez el catálogo entre los otros ejemplares, y durante un largo rato se
quedó sentado, mirando sin ver el muro de volúmenes. Luego caminó lentamente
hasta los tranquilos corredores, pasó ante la oficina del secretario (había alguien allí
ahora, empaquetando unos libros) y fue hacia las escaleras. No tomó el ascensor,
quería sentirse libre y sin trabas. Había tenido interés en escuchar otra conferencia,
pero ya no importaba ahora.
Con los pensamientos todavía alborotados, llegó al paredón y dejó que sus ojos
siguieran al Támesis, que fluía tranquilamente hacia el mar. Para alguien educado
dentro de la ciencia ortodoxa, era difícil aceptar lo que ahora tenía en las manos.
Nunca podría estar seguro de su verdad, pero, sin embargo, la probabilidad era
abrumadora. Mientras caminaba lentamente junto al muro del río, puso en orden los
hechos.
Uno: nadie en la fiesta de Rupert sabía que iba a hacer esa pregunta. Ni siquiera él
mismo; había sido una reacción espontánea ante determinadas circunstancias. Por lo
tanto nadie podía haber preparado una respuesta, ni conocerla con anterioridad.
Dos: "NGS 549672" significaba algo probablemente sólo para un astrónomo.
Aunque el Archivo Geográfico Nacional había sido completado hacía ya medio siglo,
sólo unos pocos miles de especialistas conocían su existencia. Y ninguno de ellos
www.lectulandia.com - Página 85