Page 88 - El fin de la infancia
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La  mayor  parte  de  la  gente  tenía  dos  casas,  en  dos  puntos  muy  apartados  del
           globo  terráqueo.  Ahora  que  habían  sido  habilitadas  las  zonas  polares,  una
           considerable fracción de la raza humana oscilaba del Ártico al Antártico en busca de

           un  verano  largo  y  sin  noches.  Otros  vivían  en  los  desiertos,  en  lo  alto  de  las
           montañas, o aun debajo del mar. No había sitio alguno en el planeta donde la ciencia
           y la tecnología no pudiesen instalar, si alguien lo deseaba, una cómoda morada.

               Las noticias más excitantes provenían de las casas que se alzaban en los lugares
           más raros. Aun en una sociedad perfectamente ordenada, siempre habrá accidentes.
           Quizá era un buen signo que la gente diera cierto valor a arriesgar el pescuezo, y a

           veces a quebrárselo, en beneficio de una cómoda villa colgada de la cima del Everest
           o  en  medio  de  la  espuma  del  salto  de  la  Victoria.  Como  resultados,  siempre
           rescataban  a  alguien,  en  alguna  parte.  Se  trataba  de  una  especie  de  juego,  casi  un

           deporte planetario.
               La  gente  podía  permitirse  tales  caprichos,  pues  le  sobraba  por  igual  tiempo  y

           dinero.  La  abolición  de  los  ejércitos  había  doblado  casi  el  bienestar  efectivo  del
           mundo, y la mayor producción había hecho lo demás. Era difícil comparar el nivel de
           vida del hombre del siglo veintiuno con el de sus predecesores. Todo era tan barato
           que las necesidades vitales se satisfacían gratuitamente, como había ocurrido en otro

           tiempo con los servicios públicos: caminos, agua, iluminación de las calles y sanidad.
           Un hombre podía viajar a cualquier parte, comer cualquier cosa... sin ningún gasto. El

           ser miembro productor de la sociedad le daba esos derechos.
               Había, naturalmente, algunos zánganos; pero el número de personas de voluntad
           suficiente como para entregarse a una vida de ocio total es mucho más pequeño de lo
           que  comúnmente  se  supone.  Soportar  a  tales  parásitos  era  una  carga  muchísimo

           menos  pesada  que  sostener  todo  un  ejército  de  recolectores  de  formularios,
           contadores, empleados de banco, corredores de bolsa, y otros similares cuya función

           principal, cuando se lo considera globalmente, consiste en pasar los asientos de un
           libro a otro.
               Se  había  calculado  que  un  cuarto  casi  de  la  actividad  humana  se  empleaba  en
           deportes de toda especie, desde ocupaciones tan sedentarias como el ajedrez, hasta

           otras  mortales  como  la  de  esquiar  por  valles  montañosos.  Como  inesperada
           consecuencia  los  deportistas  profesionales  se  habían  extinguido.  Había  muchos

           brillantes  aficionados  y  el  cambio  de  las  condiciones  económicas  había  hecho
           totalmente anticuado el viejo sistema.
               Junto con los deportes, el entretenimiento, en todas sus formas, era la mayor de

           las industrias. Durante más de un siglo mucha gente había podido creer que la capital
           del mundo era Hollywood. Tenían ahora más razones aún para esta creencia; pero es
           bueno  declarar  que  la  mayor  parte  de  las  producciones  del  año  2050  hubiesen

           parecido incomprensiblemente complejas en 1950. Había habido algunos progresos:




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