Page 93 - El fin de la infancia
P. 93
hasta hacerse visible mientras una línea de luces le recorría el cuerpo.
—Es un pejesapo. Usa ese cebo para atraer a los otros peces. ¿Fantástico, no es
verdad? Aunque no entiendo cómo el cebo no atrae a peces más grandes, capaces de
comérselo a él. Pero no podemos pasarnos aquí todo el día. Mire cómo se escapa
cuando enciendo las turbinas.
La cabina volvió a vibrar mientras la nave se deslizaba hacia adelante. El gran pez
luminoso encendió de pronto todas sus luces, como una frenética señal de alarma, y
partió como un meteoro hacia la oscuridad de los abismos.
Luego de otros veinte minutos de lento descenso los invisibles dedos de los rayos
registradores tocaron por primera vez el lecho del océano. Allá abajo, muy lejos,
desfilaba una hilera de bajas colinas de bordes curiosamente suaves y redondos.
Cualesquiera que fuesen sus antiguas irregularidades, habían sido borradas por la
incesante lluvia que caía sobre ellas desde las cimas acuosas. Aun aquí, en medio del
Pacífico, lejos de los grandes estuarios que barrían lentamente los continentes hacia el
mar, esa lluvia nunca dejaba de caer. Venía de las tormentosas faldas de los Andes, de
los cuerpos de un billón de criaturas vivientes, del polvo de los meteoros que había
errado por el espacio durante años y años y al fin había llegado a descansar aquí. En
esa noche eterna estaban depositándose los cimientos de las tierras futuras.
Las colinas quedaron atrás. Eran los puestos de avanzada, como Jan podía ver en
los mapas, de una ancha llanura muy profunda a la que no llegaban los aparatos
registradores.
El submarino continuó adelantándose suavemente.
Ahora otra imagen comenzaba a formarse en la pantalla. A causa de la posición
de la nave, Jan tardó en interpretar lo que estaba viendo. Luego comprendió que se
acercaban a una montaña sumergida.
Las imágenes eran ahora más claras y precisas. Jan alcanzaba a ver los peces
extraños que se perseguían entre las rocas. En una ocasión una criatura de venenoso
aspecto y mandíbulas entreabiertas cruzó lentamente ante un arrecife semiescondido.
Un largo tentáculo surgió de las rocas, con tanta rapidez que el ojo no pudo seguirlo,
y arrastró al pez hacia su destino mortal.
—Estamos cerca —dijo el piloto—. Podrá ver el laboratorio dentro de un minuto.
Estaban navegando lentamente sobre unas estribaciones que se elevaban desde la
base de la montaña. La llanura comenzaba a hacerse visible. Jan juzgó que se
encontraban a unos pocos centenares de metros sobre el lecho del mar. A un
kilómetro de distancia, aproximadamente, se veía un grupo de esferas sostenidas por
trípodes y unidas entre sí por tubos de conexión. Parecían exactamente iguales a los
tanques de alguna fábrica de productos químicos, y en realidad estaban diseñados
según principios semejantes. Sólo había una diferencia: estos tanques resistían unas
www.lectulandia.com - Página 93