Page 95 - El fin de la infancia
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Personalmente nunca he comprendido por qué tienen ustedes tanta prisa por salir al
           espacio.
               »Pasarán siglos antes que hayamos encasillado y clasificado correctamente todo

           lo que hay en los océanos.
               Jan suspiró, aliviado. Le alegraba que Sullivan hubiese tocado espontáneamente
           el tema, pues eso le facilitaba las cosas. A pesar de las bromas del ictiólogo tenían

           mucho en común. No sería demasiado difícil levantar un puente y atraerse la simpatía
           y la ayuda de Sullivan. Era un hombre de imaginación, si no no hubiese invadido este
           mundo sumergido. Pero Jan tenía que ser prudente, pues el pedido que iba a hacer

           era, para juzgarlo con benevolencia, bastante poco convencional.
               Había  algo  que  le  inspiraba  cierta  confianza.  Aunque  Sullivan  se  rehusase  a
           cooperar, guardaría seguramente el secreto. Y aquí, en esta oficinita, en el fondo del

           Pacífico, no había peligro aparentemente de que los superseñores —aunque gozasen
           de muy extraños poderes— fuesen capaces de escuchar la conversación.

               —Profesor Sullivan —comenzó a decir Jan—, si estuviese usted interesado en el
           océano, pero los superseñores le prohibiesen acercarse a él, ¿cómo se sentiría?
               —Muy molesto, sin duda alguna.
               —Sí, estoy seguro. Y suponga que un día se le ofrece la oportunidad de realizar

           sus deseos sin que los superseñores se enteren. ¿Qué haría entonces? ¿Aprovecharía
           la oportunidad?

               Sullivan nunca dudaba.
               —Claro que sí. Ya vendrían más tarde las discusiones.
               Has caído en mis manos, pensó Jan. Sullivan ya no podía retroceder, a no ser que
           temiese  a  los  superseñores.  Y  era  difícil  que  Sullivan  tuviese  miedo  de  algo.  Se

           inclinó sobre el desorden de la mesa y se dispuso a exponer su proyecto.
               El profesor Sullivan no era tonto. Antes que Jan comenzase a hablar los labios se

           le retorcieron en una sonrisa sardónica.
               —¿Así que éste es el juego, eh? —dijo lentamente—. Muy, pero muy interesante.
           Bueno, comience y dígame cómo puedo ayudarlo.




























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