Page 92 - El fin de la infancia
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inmenso peso de las aguas y creaba la burbujita de luz y aire en la que podían vivir
           los hombres. Si esa energía fallaba, pensó Jan, quedarían encerrados en una tumba de
           metal, hundidos en el cieno del fondo del mar.

               —Vamos a parar un momento —dijo el piloto. Movió una serie de llaves y el
           submarino  comenzó  a  detenerse  suavemente  mientras  las  turbinas  dejaban  de
           funcionar. El navío estaba inmóvil ahora, flotando como un globo atmosférico.

               Le llevó sólo un instante registrar la posición con el sonar.
               —Antes de poner otra vez en marcha los motores, veamos si se puede oír algo —
           dijo el piloto cuando terminó de leer los instrumentos.

               El altavoz llenó el silencioso cuartito con un apagado y continuo murmullo. Jan
           no distinguía ningún ruido especial. Era un fluir tranquilo en el que se confundían
           todos los sonidos individuales. Estaban escuchando, sabía Jan, cómo hablaban entre

           ellas las miríadas de criaturas marinas. Era como si se encontrase en el centro de un
           bosque lleno de vida, pero allí hubiese podido reconocer algunas de las voces. Aquí

           ningún hilo del tapiz sonoro podía ser separado e identificado. Era algo tan extraño,
           tan distinto de todo lo que había conocido, que Jan sintió que un estremecimiento le
           recorría el espinazo. Y sin embargo aquello era parte del mundo terrestre.
               El chillido se destacó sobre el fondo vibrante como un rayo luminoso sobre una

           oscura nube de tormenta. Se apagó rápidamente hasta convertirse en un largo gemido,
           un  murmullo  ululante  que  tembló  y  murió,  pero  que  poco  después  se  repitió,  más

           lejos. En seguida estalló un coro de gritos, un pandemónium que obligó al piloto a
           lanzarse hacia el control del volumen.
               —¿Qué era eso, en nombre de Dios? —exclamó Jan.
               —¿Extraño, eh? Un cardumen de ballenas, a unos diez kilómetros. Sabía que no

           estaban muy lejos, y pensé que le gustaría escucharlas.
               Jan se estremeció.

               —¡Y yo que siempre creí que en el mar no había ruidos! ¿Por qué organizaban
           ese alboroto?
               —Hablaban entre ellas, me imagino. Así lo afirma Sullivan. Dice que hasta se
           puede  identificar  a  las  ballenas  por  sus  voces,  aunque  me  cuesta  creerlo.  ¡Hola,

           tenemos compañía!
               Un  pez  con  mandíbulas  increíblemente  exageradas  apareció  en  la  pantalla.

           Parecía  bastante  grande,  pero  Jan  ignoraba  la  escala  de  la  imagen.  Justo  bajo  las
           agallas le colgaba un largo apéndice terminado en un órgano irreconocible, de forma
           acampanada.

               —Estamos  viéndolo  con  luz  infrarroja  —dijo  el  piloto—.  Veamos  la  imagen
           normal.
               El  pez  desapareció.  Sólo  era  visible  ahora  el  órgano  colgante,  de  una  vívida

           fosforescencia. Luego, durante un instante muy breve, la forma de la criatura osciló




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