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AUTOR Libro
volumen lo bastante alto como para impedir cualquier intento de conversación.
Ahora no tuve que luchar con la intensidad habitual para ignorar la música.
Tenía demasiadas cosas en qué pensar —ya que, al fin, mi mente no estaba tan
cuidadosamente vacía y aturdida— como para fijarme en las letras.
Esperé a ver si regresaban el aturdimiento o el dolor, sabedora de que este
último volvería antes o después. Había roto mis propias reglas. Me había acercado a
los recuerdos, había ido a su encuentro, en vez de rehuirlos. Había oído la voz de
Edward con una total nitidez y, por tanto, estaba segura de que lo iba a pagar caro, en
especial si no era capaz de que regresar a la neblina para protegerme. Me sentía
demasiado viva, y eso me asustaba.
Pero la emoción más fuerte que en estos momentos recorría mi cuerpo era el
alivio, un alivio que surgía de lo más profundo de mi ser.
A pesar de lo mucho que pugnaba por no pensar en él, sin embargo, tampoco
intentaba olvidarle. De noche, a última hora, cuando el agotamiento por la falta de
sueño derribaba mis defensas, me preocupaba el hecho de que todo pareciera estar
desvaneciéndose, que mi mente fuera al final un colador incapaz de recordar el tono
exacto del color de sus ojos, la sensación de su piel fría o la textura de su voz. No
podía pensar en todo esto, pero debía recordarlo.
Bastaba con que creyera que él existía para que yo pudiera vivir. Podría
soportar todo lo demás mientras supiera que existía Edward.
Ésa era la razón por la que me hallaba más atrapada en Forks de lo que lo había
estado nunca con anterioridad, y ése era el motivo de que me opusiera a Charlie
cuando sugería cualquier cambio. En realidad, no importaba, sabía que él nunca iba a
regresar a este lugar.
Mas en caso de irme a Jacksonville o a cualquier otro sitio igual de soleado y
poco familiar, ¿cómo podría estar segura de que él había sido real? Mi certeza
flaquearía en un lugar donde no fuera capaz de concebirlo, y no iba a poder vivir con
eso.
Era una forma muy dura de vivir: prohibiéndome recordar y aterrorizada por el
olvido.
Me sorprendí cuando Jessica aparcó el coche enfrente de mi casa. El viaje no
había sido muy largo, pero aun así, nunca hubiera pensado que Jessica fuera capaz
de pasarlo entero sin hablar.
—Gracias por haber salido conmigo, Jess —dije mientras abría la puerta—. Ha
sido... divertido —esperaba que la palabra «divertido» le pareciera apropiada.
—Seguro —masculló.
—Siento mucho lo de... después de la película.
—Da igual, Bella —clavó la vista en el parabrisas en vez de mirarme a mí.
Parecía que su enfado iba en aumento en lugar de disminuir.
—¿Nos vemos el lunes?
—Sí, claro. Adiós.
Entré y cerré la puerta a mi espalda. Ella se marchó sin mirarme siquiera.
La había olvidado del todo en cuanto estuve dentro de casa.
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