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AUTOR                                                                                               Libro
                     Además,   había  hecho   la   promesa   de   no   hacer  nada  que  fuera   estúpido o
               temerario. Si respiraba aún, era por todas esas razones.
                     Precisamente al recordar esa promesa, sentí un respingo de culpa, pero lo cierto
               es que lo que estaba haciendo no era exactamente eso. No era como tomar una
               cuchilla y abrirme las venas.
                     Jess   se   había   quedado   boquiabierta   y   abría   desmesuradamente   los   ojos.
               Comprendí demasiado tarde que su pregunta sobre el suicidio había sido meramente
               retórica.
                     —Vete a comer —la empujé hacia la hamburguesería, despidiéndola con la
               mano. No me gustaba cómo me miraba—. Te alcanzo en un minuto.
                     Le di la espalda y me volví hacia los hombres que nos observaban con ojos
               curiosos y divertidos.
                     ¡Bella, deja esto ahora mismo!
                     Se me agarrotaron los músculos, paralizándome donde estaba, ya que no era la
               voz de Jessica la que me reñía ahora. Conocía esa voz furiosa, una voz hermosa,
               suave como el terciopelo incluso aunque sonara airada.
                     Era su voz. Evité pensar en su nombre, pero me sorprendió que su sonido no
               me hiciera caer de rodillas y acurrucarme  en el pavimento por la tortura de la
               pérdida. No sentí ninguna pena, ninguna en absoluto.
                     Todo se me aclaró por completo en el momento en que escuché su voz. Como si
               mi   cabeza   hubiera   emergido   repentinamente   de   algún   pozo   oscuro.   Era   más
               consciente de todo, la vista, el sonido, la sensación del aire frío que no había notado
               que estuviera soplando cortándome la cara, los olores que procedían de la puerta

               abierta del bar.
                     Miré a mi alrededor en estado de shock.
                     Vete con Jessica, ordenó la misma voz adorada, todavía furiosa. Me prometiste no
               hacer nada estúpido.
                     Estaba sola. Jessica permanecía quieta a unos pasos de mí, mirándome con ojos
               atemorizados. Los extraños me observaban, confundidos, apoyados contra la pared,
               al tiempo que se preguntaban qué hacía yo parada en mitad de la calle.
                     Sacudí la cabeza en un intento de comprender la situación. Sabía que él no
               estaba allí, pero a pesar de eso, lo sentía imposiblemente cerca, cerca por primera vez
               desde... desde el final. La ira de su voz expresaba interés, la misma ira que antes me
               fue tan familiar, algo que no había vuelto a oír en lo que parecía toda una vida.
                     Mantén tu promesa.  La voz se iba desvaneciendo como si alguien bajara el
               volumen de la radio.
                     Empecé   a   sospechar   que   había   sufrido   alguna   especie   de   alucinación.
               Seguramente propiciada por el recuerdo, por la sensación del déjà vu, por la extraña
               familiaridad que me había producido la situación.
                     Analicé rápidamente todas las posibilidades en mi mente.
                     Primera   opción:   me   había   vuelto   loca.   Al   menos   ésa   es   la   palabra   que
               vulgarmente se aplica a aquellos que oyen voces en sus cabezas.
                     Entraba dentro de lo posible.




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