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llevando bien el ritmo.
—De acuerdo... —miró hacia fuera del parabrisas con los ojos como platos.
—¿Qué tal te va con Mike ahora? —le pregunté con rapidez.
—Tú le ves más que yo.
No había empezado a cotorrear ante mi pregunta, tal y como yo esperaba, por
lo que lo intenté de nuevo.
—Es difícil hablar de nada cuando estás trabajando —mascullé—. ¿Has salido
con alguien últimamente?
—En realidad, no. Salgo algunas veces con Conner, y también salí con Eric hace
dos semanas —puso los ojos en blanco y sospeché que detrás había una larga
historia, así que aproveché la oportunidad.
—¿Eric Yorkie? ¿Quién se lo pidió a quién?
Ella refunfuñó, más animada ya.
—Pues él, ¡claro! Y yo no encontré una manera amable de negarme.
—¿Adonde te llevó? —le pregunté. Sabía que ella interpretaría mi entusiasmo
como interés—. Cuéntamelo todo.
Se embarcó en la narración de su historia y yo me acomodé en mi asiento, más
relajada ahora. Le presté la atención justa, murmurando palabras de simpatía cuando
era oportuno y conteniendo el aliento horrorizada cuando correspondía. Cuando
acabó con su historia sobre Eric, continuó comparándolo con Conner sin necesidad
de más estímulos.
La película empezaba pronto, por lo que a Jess se le ocurrió que podíamos
aprovechar la tarde viendo primero la película y yéndonos a cenar luego. Yo estaba
feliz con cualquier cosa que me propusiera; después de todo, había conseguido lo
que quería: sacarme de encima a Charlie.
Mantuve a Jess charlando continuamente mientras ponían los tráilers, y así
pude ignorarlos más fácilmente, pero me puse nerviosa cuando comenzó la película.
Dos jóvenes caminaban de la mano por una playa mientras hablaban de sus
sentimientos mutuos con una falsedad empalagosa. Resistí la necesidad de cubrirme
las orejas y empezar a tararear. No había contado con que hubiera un idilio en el
largometraje.
—Creí que habíamos escogido la película de zombis —susurré a Jessica.
—Ésta es la película de los zombis.
—¿Y cómo es que no se comen a nadie? —pregunté con desesperación.
Me miró con los ojos dilatados, casi diría que alarmados.
—Estoy segura de que pronto vendrá esa parte —murmuró.
—Voy a buscar palomitas. ¿Quieres?
—No, gracias.
Alguien nos mandó callar desde las filas de atrás.
Me tomé el tiempo que quise en el mostrador del puesto de palomitas; miré el
reloj y le estuve dando vueltas a qué porcentaje de una película de noventa minutos
se llevaría la parte romántica. Decidí que bastaría con diez minutos, pero me detuve
justo delante de las puertas del cine para asegurarme. Llegué a oír gritos terroríficos
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