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AUTOR                                                                                               Libro
               encontrarme en mi habitación, sin recordar con claridad haber conducido desde la
               escuela a casa o incluso haber abierto la puerta de la calle. Pero eso no importaba. Lo
               más elemental que le pedía a la vida era precisamente perder la noción del tiempo.
                     No   luché   contra   esa   neblina   mientras   me   volvía   hacia   el   armario.   El
               aturdimiento era más necesario en algunos sitios que en otros. Apenas me di cuenta
               de lo que miraba al abrir la puerta y dejar al descubierto la pila de basura del lado
               izquierdo del armario, debajo de unas ropas que nunca me ponía.
                     Mis ojos no se dirigieron hacia la bolsa negra de basura con los regalos de mi
               último cumpleaños ni vieron la forma del estéreo que se transparentaba en el plástico
               negro; tampoco pensé en la masa sanguinolenta en que se convirtieron mis uñas
               cuando terminé de sacarlo del salpicadero...
                     Tiré del viejo bolsito que usaba muy de vez en cuando hasta descolgarlo del
               gancho donde solía ponerlo y empujé la puerta hasta cerrarla.
                     En ese preciso momento oí unos bocinazos de claxon. En un santiamén pasé el
               billetero de la mochila del instituto al bolso. Tenía prisa, y deseé que eso hiciera que
               la noche pasara más rápido.
                     Me miré en el espejo del vestíbulo antes de abrir la puerta y compuse con
               cuidado la mejor cara posible. Esbocé una sonrisa e intenté conservarla a toda costa.
                     —Gracias por venir conmigo esta noche —le dije a Jess mientras me aupaba
               para entrar por la puerta del copiloto; procuré infundir el adecuado agradecimiento
               al tono de mi voz.
                     Había pasado mucho tiempo sin detenerme a pensar sobre lo que le podía decir
               a cualquiera que no fuera Charlie. Jess era más difícil. No estaba segura de cuáles

               serían las emociones apropiadas que tendría que fingir.
                     —Claro, pero ¿a qué viene esto? —se preguntó Jess mientras conducía calle
               abajo.
                     —¿A qué viene qué?
                     —¿Por qué has decidido tan repentinamente... que salgamos? —parecía haber
               cambiado la pregunta conforme la formulaba.
                     Me encogí de hombros.
                     —Simplemente necesitaba un cambio.
                     Entonces reconocí la canción de la radio y busqué el dial rápidamente.
                     —¿Te importa? —pregunté.
                     —No, cámbiala.
                     Busqué las distintas emisoras hasta localizar una que fuera inofensiva. Espié la
               expresión de Jess a hurtadillas mientras la nueva música llenaba el coche.
                     Parpadeó.
                     —¿Desde cuando te gusta el rap?
                     —No sé —contesté—. Algunas veces lo oigo.
                     —Pero... ¿te gusta de verdad? —preguntó dubitativa.
                     —Claro que sí.
                     Iba a ser demasiado difícil mantener una conversación normal con Jessica si
               además debía controlar la música. Asentí con la cabeza, deseando que estuviera




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