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AUTOR                                                                                               Libro
                     —En Florida hace demasiado calor.
                     Volvió a golpear la mesa con el puño.
                     —Los dos sabemos lo que está pasando aquí, Bella, y no es bueno para ti —
               tomó una gran bocanada de aire—. Han pasado meses. No ha habido llamadas ni
               cartas ni ningún tipo de contacto. No puedes seguir esperándole.
                     Le fulminé con la mirada. El arrebol estuvo a punto de llegar hasta mi rostro,
               pero   sólo   a   punto.   Había   pasado   mucho   tiempo   desde   que   había   enrojecido  a
               consecuencia de alguna emoción.
                     Ese asunto estaba terminantemente prohibido, como él sabía muy bien.
                     —No estoy esperando nada ni a nadie —musité con un tono monocorde.
                     —Bella... —comenzó Charlie con voz sorda.
                     —Tengo que ir al instituto —le atajé. Me incorporé, retiré mi desayuno intacto
               de la mesa y metí el bol en el fregadero sin detenerme a lavarlo. No podía soportar
               más aquella conversación.
                     —Haré planes con Jessica —dije sin volverme para evitar su mirada mientras
               me ponía el bolso en bandolera—. Quizás no vuelva para cenar. Me gustaría ir a Port
               Angeles a ver una película.
                     Salí por la puerta principal antes de que tuviera tiempo para reaccionar.
                     Impelida por la urgencia de huir de Charlie, acabé llegando al instituto la
               primera de todos. Eso tenía una parte buena, podía conseguir la mejor plaza de
               aparcamiento, y otra mala, disponía de tiempo libre en abundancia, y yo intentaba no
               tener tiempo libre a toda costa.
                     Rápidamente, antes de que pudiera empezar a pensar en las acusaciones de

               Charlie, saqué el libro de Cálculo. Lo hojeé hasta la parte que íbamos a empezar ese
               día e intenté comprender el sentido de lo que leía. Leer matemáticas es todavía peor
               que escucharlas en clase, pero había conseguido mejorar en esto. En los últimos
               meses, había necesitado dedicar a la asignatura diez veces más tiempo de lo que era
               habitual en mí. Como resultado, había conseguido mantenerme en el nivel de un
               sobresaliente raspado. Sabía que el señor Varner consideraba que mi mejoría se debía
               a sus superiores métodos de enseñanza. Si esto le hacía sentirse feliz, no iba a
               reventarle la burbuja.
                     Me esforcé al máximo hasta que se llenó el aparcamiento, y al final tuve que
               apresurarme con los deberes de Lengua y Literatura. Estábamos leyendo Rebelión en
               la granja. No me importaba analizar el tema del comunismo, era bastante fácil y un
               cambio   bienvenido   después   de   las   agotadoras   novelas   románticas   que   habían
               formado parte del plan de estudios. Me acomodé en mi asiento, satisfecha por esta
               agradable novedad en las lecturas del señor Berty.
                     El tiempo pasó demasiado rápido hasta que llegó la hora de entrar en clase. El
               timbre sonó y empecé a recoger, una a una, las cosas en mi bolso.
                     —¿Bella?
                     Reconocí la voz de Mike y adiviné sus palabras antes de que las pronunciara:
                     —¿Trabajas mañana?
                     Levanté la mirada. Se había inclinado sobre el pasillo que separaba los pupitres




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