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su  intento  de  curarle  de  aquella  aversión  a  su  «fuente  natural  de  alimentación».  Ellos
               intentaron  persuadirle  y  él  a  ellos,  en  vano.  Llegados  a  ese  punto,  Carlisle  decidió  probar
               suerte en el Nuevo Mundo. Soñaba con hallar a otros como él. Ya sabes, estaba muy solo.
                     «Transcurrió mucho tiempo sin que encontrara a nadie, pero podía interactuar entre los
               confiados humanos como si fuera uno de ellos porque los monstruos se habían convertido en
               tema  para  los  cuentos  de  hadas.  Comenzó  a  practicar  la  medicina.  Pero  rehuía  el  ansiado
               compañerismo al no poderse arriesgar a un exceso de confianza.
                     «Trabajaba por las noches  en un hospital de Chicago cuando  golpeó la  pandemia de
               gripe. Le había estado dando vueltas durante varios años y casi había decidido actuar. Ya que
               no encontraba un compañero, lo crearía; pero dudaba si hacerlo o no, ya que él mismo no
               estaba totalmente seguro de cómo se había convertido. Además, se había jurado no arrebatar
               la vida de nadie de la misma manera que se la habían robado a él. Estaba en ese estado de
               ánimo cuando me encontró. No había esperanza para mí. Me habían dejado en la sala de los
               moribundos. Había asistido a mis padres, por lo que sabía que estaba solo en el mundo, .y
               decidió intentarlo....
                     Ahora, cuando dejó la frase inacabada, su voz era apenas un susurro. Me pregunté qué
               imágenes ocuparían su mente en ese instante, ¿los recuerdos de Carlisle o los suyos? Esperé
               sin hacer ruido.
                     Una angelical sonrisa iluminaba su rostro cuando se volvió hacia mí.
                     —Y así es como se cerró el círculo —concluyó.
                     —Entonces, ¿siempre has estado con Carlisle?
                     —Casi siempre.
                     Me puso la mano en la cintura con suavidad y me arrastró con él mientras cruzaba la
               puerta. Me volví a mirar los cuadros de la pared, preguntándome si alguna vez llegaría a oír el
               resto de las historias.
                     Edward no dijo nada mientras caminábamos hacia el vestíbulo, de modo que pregunté:
                     — ¿Casi?
                     Suspiró. Parecía renuente a responder.
                     —Bueno,  tuve  el  típico  brote  de  rebeldía  adolescente  unos  diez  años  después  de...
               nacer...  o  convertirme,  como  prefieras  llamarlo.  No  me  resignaba  a  llevar  su  vida  de
               abstinencia y estaba resentido con él por refrenar mi sed, por lo que me marché a seguir mi
               camino durante un tiempo.
                     — ¿De verdad?
                     Estaba mucho más intrigada que asustada, que es como debería estar.
                     Y  él  lo  sabía.  Vagamente  me  di  cuenta  de  que nos  dirigíamos  al  siguiente  tramo  de
               escaleras, pero no estaba prestando demasiada atención a cuanto me rodeaba.
                     — ¿No te causa repulsa?
                     —No.
                     — ¿Por qué no?
                     —Supongo que... suena razonable.
                     Soltó una carcajada más fuerte que las anteriores. Ahora nos encontrábamos en lo más
               alto de las escaleras, en otro vestíbulo de paredes revestidas con paneles de madera.
                     —Gocé  de  la  ventaja  de  saber  qué  pensaban  todos  cuantos  me  rodeaban,  fueran
               humanos o no, desde el momento de mi renacimiento —susurró—. Ésa fue la razón por la que
               tardé  diez  años  en  desafiar  a  Carlisle...  Podía  leer  su  absoluta  sinceridad  y  comprender  la
               razón de su forma de vida.
                     Apenas tardé unos pocos años en volver a su lado y comprometerme de nuevo con su
               visión. Creí  poderme librar de los  remordimientos de conciencia,  ya que podía dejar a los
               inocentes  y  perseguir  sólo  a  los  malvados  al  conocer  los  pensamientos  de  mis  presas.  Si






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