Page 174 - Crepusculo 1
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seguía a un asesino hasta un callejón oscuro donde acosaba a una chica, si la salvaba, en ese
               caso no sería tan terrible.
                     Me estremecí al imaginar con claridad lo que describía: el callejón de noche, la chica
               atemorizada, el hombre siniestro detrás de ella y Edward de caza, terrible y glorioso como un
               joven dios, imparable. ¿Le estaría agradecida la chica o se asustaría más que antes?
                     —Pero con el paso del tiempo comencé a verme como un monstruo. No podía rehuir la
               deuda de haber tomado demasiadas vidas, sin importar cuánto se lo merecieran, y regresé con
               Carlisle y Esme. Me acogieron como al hijo pródigo. Era más de lo que merecía.
                     Nos habíamos detenido frente a la última puerta del vestíbulo.
                     —Mi habitación —me informó al tiempo que abría la puerta y me hacía pasar.
                     Su habitación tenía vistas al sur y una ventana del tamaño de la pared, igual que en el
               gran recibidor del primer piso. Toda la parte posterior de la casa debía de ser de vidrio. La
               vista  daba  al  meandro  que  describía  el  río  Sol  Duc  antes  de  cruzar  el  bosque  intacto  que
               llegaba hasta la cordillera de Olympic Mountain. La pared de la cara oeste estaba totalmente
               cubierta  por  una  sucesión  de  estantes  repletos  de  CD.  El  cuarto  de  Edward  estaba  mejor
               surtido que una tienda de música. En el rincón había un sofisticado aparato de música, de un
               tipo  que  no  me  atrevía  a  tocar  por  miedo  a  romperlo.  No  había  ninguna  cama,  sólo  un
               espacioso y acogedor sofá de cuero negro. Una gruesa alfombra de tonos dorados cubría el
               suelo y las paredes estaban tapizadas de tela de un tono ligeramente más oscuro.
                     — ¿Para conseguir una buena acústica? —aventuré.
                     Edward rió entre dientes y asintió con la cabeza.
                     Tomó un mando a distancia y encendió el equipo, la suave música de jazz, pese a estar a
               un volumen bajo, sonaba como si el grupo estuviera con nosotros en la habitación. Me fui a
               mirar su alucinante colección de música.
                     — ¿Cómo los clasificas? —pregunté al sentirme incapaz de encontrar un criterio para el
               orden de los títulos.
                     No me estaba prestando atención.
                     —Esto... Por año, y luego por preferencia personal dentro de ese año —contestó con
               aire distraído.
                     Al darme la vuelta, le vi mirarme con un brillo muy peculiar en los ojos.
                     — ¿Qué ocurre?
                     —Contaba  con  sentirme  aliviado  después  de  habértelo  explicado  todo,  de  no  tener
               secretos para ti, pero no esperaba sentir más que eso. Me gusta —se encogió de hombros al
               tiempo que sonreía imperceptiblemente—. Me hace feliz.
                     —Me alegro.
                     Le  devolví  la  sonrisa.  Me  preocuparía  que  se  arrepintiera  de  haberme  contado  todo
               aquello. Era bueno saber que no era el caso.
                     Pero  entonces,  mientras  sus  ojos  estudiaban  mi  expresión,  su  sonrisa  se  apagó  y  su
               frente se pobló de arrugas.
                     —Aún sigues esperando que salga huyendo —supuse—, gritando espantada, ¿verdad?
                     Una ligera sonrisa curvó sus labios y asintió.
                     —Lamento  estropearte  la  ilusión,  pero  no  inspiras  tanto  miedo,  de  veras  —con  toda
               naturalidad, le mentí—: De hecho, no me asustas nada en absoluto.
                     Se detuvo y arqueó las cejas con manifiesta incredulidad. Una sonrisa ancha y traviesa
               recorrió su rostro.
                     —No deberías haber dicho eso, de veras.
                     Edward emitió un sordo gruñido gutural y los labios mostraron unos dientes perfectos al
               curvarse hacia atrás. De repente, su cuerpo cambió, se había agachado, tenso como un león a
               punto de acometer.
                     Sin dejar de mirarlo, me aparté de él.




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