Page 170 - Crepusculo 1
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CARLISLE
Me condujo de vuelta a la habitación que había identificado como el despacho de
Carlisle. Se detuvo delante de la puerta durante unos instantes.
—Adelante —nos invitó la voz de Carlisle.
Edward abrió la puerta de acceso a una sala de techos altos con vigas de madera y de
grandes ventanales orientados hacia el oeste. Las paredes también estaban revestidas con
paneles de madera más oscura que la del vestíbulo, allí donde ésta se podía ver, ya que unas
estanterías, que llegaban por encima de mi cabeza, ocupaban la mayor parte de la superficie.
Contenían más libros de los que jamás había visto fuera de una biblioteca.
Carlisle se sentaba en un sillón de cuero detrás del enorme escritorio de caoba. Acababa
de poner un marcador entre las páginas del libro que sostenía en las manos. El despacho era
idéntico a como yo imaginaba que sería el de un decano de la facultad, sólo que Carlisle
parecía demasiado joven para encajar en el papel.
— ¿Qué puedo hacer por vosotros? —nos preguntó con tono agradable mientras se
levantaba del sillón.
—Quería enseñar a Bella un poco de nuestra historia —contestó Edward—. Bueno, en
realidad, de tu historia.
—No pretendíamos molestarte —me disculpé.
—En absoluto. ¿Por dónde vais a comenzar?
—Por los cuadros —contestó Edward mientras me ponía con suavidad la mano sobre el
hombro y me hacía girar para mirar hacia la puerta por la que acabábamos de entrar.
Cada vez que me tocaba, incluso aunque fuera por casualidad, mi corazón reaccionaba
de forma audible. Resultaba de lo más embarazoso en presencia de Carlisle.
La pared hacia la que nos habíamos vuelto era diferente de las demás, ya que estaba
repleta de cuadros enmarcados de todos los tamaños y colores —unos muy vivos y otros de
apagados monocromos— en lugar de estanterías. Busqué un motivo oculto común que diera
coherencia a la colección, pero no encontré nada después de mi apresurado examen.
Edward me arrastró hacia el otro lado, a la izquierda, y me dejó delante de un pequeño
óleo con un sencillo marco de madera. No figuraba entre los más grandes ni los más
destacados. Pintado con diferentes tonos de sepia, representaba la miniatura de una ciudad de
tejados muy inclinados con finas agujas en lo alto de algunas torres diseminadas. Un río muy
caudaloso —lo cruzaba un puente cubierto por estructuras similares a minúsculas
catedrales— dominaba el primer plano.
—Londres hacia 1650 —comentó.
—El Londres de mi juventud —añadió Carlisle a medio metro detrás de nosotros. Me
estremecí. No le había oído aproximarse. Edward me apretó la mano.
— ¿Le vas a contar la historia? —inquirió Edward.
Me retorcí un poco para ver la reacción de Carlisle. Sus ojos se encontraron con los
míos y me sonrió.
—Lo haría —replicó—, pero de hecho llego tarde. Han telefoneado del hospital esta
mañana. El doctor Snow se ha tomado un día de permiso. Además, te conoces la historia tan
bien como yo —añadió, dirigiendo a Edward una gran sonrisa.
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