Page 166 - Crepusculo 1
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Me miró con gesto pensativo durante unos segundos antes de responder.
—Quería informarme de ciertas noticias... No sabía si era algo que yo debería compartir
contigo.
—¿Lo harás?
—Tengo que hacerlo, porque durante los próximos días, tal vez semanas, voy a ser un
protector muy autoritario y me disgustaría que pensaras que soy un tirano por naturaleza.
—¿Qué sucede?
—En sí mismo, nada malo. Alice acaba de «ver» que pronto vamos a tener visita. Saben
que estamos aquí y sienten curiosidad.
—¿Visita?
—Sí, bueno... Los visitantes se parecen a nosotros en sus hábitos de caza, por supuesto.
Lo más probable es que no vayan a entrar al pueblo para nada, pero, desde luego, no voy a
dejar que estés fuera de mi vista hasta que se hayan marchado.
Me estremecí.
—¡Por fin, una reacción racional! —murmuró—. Empezaba a creer que no tenías
instinto de supervivencia alguno.
Dejé pasar el comentario y aparté la vista para que mis ojos recorrieran de nuevo la
espaciosa estancia. Él siguió la dirección de mi mirada.
—No es lo que esperabas, ¿verdad? —inquirió muy ufano.
—No —admití.
—No hay ataúdes ni cráneos apilados en los rincones. Ni siquiera creo que tengamos
telarañas... ¡Qué decepción debe de ser para ti! —prosiguió con malicia.
Ignoré su broma.
—Es tan luminoso, tan despejado.
Se puso más serio al responder:
—Es el único lugar que tenemos para escondernos.
Edward seguía tocando la canción, mi canción, que siguió fluyendo libremente hasta su
conclusión, las notas finales habían cambiado, eran más melancólicas y la última revoloteó en
el silencio de forma conmovedora.
—Gracias —susurré.
Entonces me di cuenta de que tenía los ojos anegados en lágrimas. Me las enjugué,
avergonzada.
Rozó la comisura de mis ojos para atrapar una lágrima que se me había escapado. Alzó
el dedo y examinó la gota con ademán inquietante. Entonces, a una velocidad tal que no pude
estar segura de que realmente lo hiciera, se llevó el dedo a la boca para saborearla.
Le miré de manera intuitiva, y Edward sostuvo mí mirada un prolongado momento
antes de esbozar una sonrisa finalmente.
—¿Quieres ver el resto de la casa?
—¿Nada de ataúdes? —me quise asegurar.
El sarcasmo de mi voz no logró ocultar del todo la leve pero genuina ansiedad que me
embargaba. Se echó a reír, me tomó de la mano y me alejó del piano.
—Nada de ataúdes —me prometió.
Acaricié la suave y lisa barandilla con la mano mientras subíamos por la imponente
escalera. En lo alto de la misma había un gran vestíbulo de paredes revestidas con paneles de
madera color miel, el mismo que las tablas del suelo.
—La habitación de Rosalie y Emmett... El despacho de Carlisie. .. —Hacía gestos con
la mano conforme íbamos pasando delante de las puertas—. La habitación de Alice...
Edward hubiera continuado, pero me detuve en seco al final del vestíbulo,
contemplando con incredulidad el ornamento que pendía del muro por encima de mi cabeza.
Se rió entre dientes de mi expresión de asombro.
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