Page 161 - Crepusculo 1
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No contestó y me miró fijamente a los ojos por un periodo de tiempo inmensurable.
                     —¿Has terminado? ——preguntó finalmente.
                     Me incorporé de un salto.
                     —Sí.
                     —Vístete... Te esperaré aquí.
                     Resultó difícil decidir qué ponerme. Dudaba que hubiera libros de etiqueta en los que se
               detallara cómo vestirte cuando tu novio vampiro te lleva a su casa para que conozcas a su
               familia vampiro. Era un alivio emplear la palabra en mi fuero interno. Sabía que yo misma la
               eludía de forma intencionada.
                     Terminé poniéndome mi única falda, larga y de color caqui, pero aun así informal. Me
               vestí con la blusa de color azul oscuro de la que Edward había hablado favorablemente en una
               ocasión. Un rápido vistazo en el espejo me convenció de que mi pelo era una causa perdida,
               por lo que me lo recogí en una coleta.
                     —De acuerdo —bajé a saltos las escaleras—. Estoy presentable.
                     Me esperaba al pie de las mismas, más cerca de lo que pensaba, por lo que salté encima
               de él. Edward me sostuvo, durante unos segundos me retuvo con cautela a cierta distancia
               antes de atraerme súbitamente.
                     —Te has vuelto a equivocar —me murmuró al oído—. Vas totalmente indecente. No
               está bien que alguien tenga un aspecto tan apetecible.
                     —¿Cómo de apetecible? Puedo cambiar...
                     Suspiró al tiempo que sacudía la cabeza.
                     —Eres tan ridícula...
                     Presionó con suavidad  sus  labios  helados en mi frente  y la habitación  empezó a dar
               vueltas. El olor de su respiración me impedía pensar.
                     —¿Debo explicarte por qué me resultas apetecible?
                     Era  claramente  una  pregunta  retórica.  Sus  dedos  descendieron  lentamente  por  mi
               espalda y su aliento rozó con más fuerza mi piel. Mis manos descansaban flácidas sobre su
               pecho y otra vez me sentí aturdida. Inclinó la cabeza lentamente y por segunda vez sus fríos
               labios tocaron los míos con mucho cuidado, separándolos levemente.
                     Entonces sufrí un colapso.
                     —¿Bella? —dijo alarmado mientras me recogía y me alzaba en vilo.
                     —Has hecho que me desmaye... —le acusé en mi aturdimiento.
                     —¿Qué voy a hacer contigo? —Gimió con desesperación—. Ayer te beso, ¡y me atacas!
               ¡Y hoy te desmayas!
                     Me reí débilmente, dejando que sus brazos me sostuvieran mientras la cabeza seguía
               dándome vueltas.
                     —Eso te pasa por ser bueno en todo.
                     Suspiró.
                     —Ése  es  el  problema  —yo  aún  seguía  grogui—.  Eres  demasiado  bueno.  Muy,  muy
               bueno.
                     —¿Estás mareada? —preguntó. Me había visto así con anterioridad.
                     —No... No fue la misma clase de desfallecimiento de siempre. No sé qué ha sucedido
               —agité la cabeza con gesto de disculpa—. Creo que me olvidé de respirar.
                     —No te puedo llevar de esta guisa a ningún sitio.
                     —Estoy bien —insistí—. Tu familia va a pensar que estoy loca de todos modos, así
               que... ¿Cuál es la diferencia?
                     Evaluó mi expresión durante unos instantes.
                     —No soy imparcial con el color de esa blusa —comentó inesperadamente. Enrojecí de
               placer y desvié la mirada.






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