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—No te preocupes —esbozó una sonrisa de suficiencia—. Té protegeré.
                     —No los temo a ellos —me expliqué—, sino a que no les guste. ¿No les va a sorprender
               que lleves a casa para conocerlos a alguien, bueno, a alguien como yo?
                     —Oh, están al corriente de todo. Ayer cruzaron apuestas, ya sabes —sonrió, pero su voz
               era severa—, sobre si te traería de vuelta, aunque no consigo imaginar la razón por la que
               alguien  apostaría  contra  Alice.  De  todos  modos,  no  tenemos  secretos  en  la  familia.  No  es
               viable con mi don para leer las mentes, la precognición de Alice y todo eso.
                     —Y Jasper haciéndote sentir todo el cariño con que te arrancaría las tripas.
                     —Prestaste atención —comentó con una sonrisa de aprobación.
                     —Sé hacerlo de vez en cuando —hice una mueca——. ¿Así que Alice me vio regresar?
                     Su reacción fue extraña.
                     —Algo por el estilo —comentó con incomodidad mientras se daba la vuelta para que no
               le pudiera ver los ojos. Le miré con curiosidad.
                     —¿Tiene buen sabor? —preguntó al volverse de repente y contemplar mi desayuno con
               un gesto burlón—. La verdad es que no parece muy apetitoso.
                     —Bueno, no es un oso gris irritado... —murmuré, ignorándole cuando frunció el ceño.
                     Aún  me  seguía  preguntando  por  qué  me  había  respondido  de  esa  manera  cuando
               mencioné a Alice. Mientras especulaba, me apresuré a terminar los cereales.
                     Permaneció plantado en medio de la cocina, de nuevo convertido en la estatua de un
               Adonis, mirando con expresión ausente por las ventanas traseras. Luego, volvió a posar los
               ojos en mí y esbozó esa arrebatadora sonrisa suya.
                     —Creo que también tú deberías presentarme a tu padre.
                     —Ya te conoce —le recordé.
                     —Como tu novio, quiero decir.
                     Le miré con gesto de sospecha.
                     —¿Por qué?
                     —¿No es ésa la costumbre? —preguntó inocentemente.
                     —Lo ignoro —admití. Mi historial de novios me ofrecía pocas referencias con las que
               trabajar,  y  ninguna  de  las  reglas  normales  sobre  salir  con  chicos  venía  al  caso—.  No  es
               necesario, ya sabes. No espero que tú... Quiero decir, no tienes que fingir por mí.
                     Su sonrisa fue paciente.
                     —No estoy fingiendo.
                     Empujé el resto de los cereales a una esquina del cuenco mientras me mordía el labio.
                     —¿Vas a decirle a Charlie que soy tu novio o no? —quiso saber.
                     —¿Es eso lo que eres?
                     En  mi  fuero  interno,  me  encogí  ante  la  perspectiva  de  unir  a  Edward,  Charlie  y  la
               palabra novio en la misma habitación y al mismo tiempo.
                     —Admito que es una interpretación libre, dada la connotación humana de la palabra.
                     —De hecho, tengo la impresión de que eres algo más —confesé clavando los ojos en la
               mesa.
                     —Bueno, no creo necesario darle todos los detalles morbosos —se estiró sobre la mesa
               y me levantó el mentón con un dedo frío y suave—. Pero vamos a necesitar una explicación
               de por qué merodeo tanto por aquí. No quiero que el jefe de policía Swan me imponga una
               orden de alejamiento.
                     —¿Estarás? —pregunté, repentinamente ansiosa—. ¿De veras vas a estar aquí?
                     —Tanto tiempo como tú me quieras —me aseguró.
                     —Te querré siempre —le avisé—. Para siempre.
                     Caminó alrededor de la mesa muy despacio y se detuvo muy cerca, extendió la mano
               para acariciarme la mejilla con las yemas de los dedos. Su expresión era inescrutable.
                     —¿Eso te entristece?




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