Page 159 - Crepusculo 1
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—Has dormido profundamente, no me he perdido nada —sus ojos centellearon—.
Empezaste a hablar en sueños muy pronto.
Gemí.
—¿Qué oíste?
Los ojos dorados se suavizaron.
—Dijiste que me querías.
—Eso ya lo sabías —le recordé, hundí mi cabeza en su hombro.
—Da lo mismo, es agradable oírlo.
Oculté la cara contra su hombro.
—Te quiero —susurré.
—Ahora tú eres mi vida —se limitó a contestar.
No había nada más que decir por el momento. Nos mecimos de un lado a otro mientras
se iba iluminando el dormitorio.
—Hora de desayunar —dijo al fin de manera informal para demostrar, estaba segura,
que se acordaba de todas mis debilidades humanas.
Me protegí la garganta con ambas manos y lo miré fijamente con ojos abiertos de
miedo. El pánico cruzó por su rostro.
—¡Era una broma! —me reí con disimulo—. ¡Y tú dijiste que no sabía actuar!
Frunció el ceño de disgusto.
—Eso no ha sido divertido.
—Lo ha sido, y lo sabes.
No obstante, estudié sus ojos dorados con cuidado para asegurarme de que me había
perdonado. Al parecer, así era.
—¿Puedo reformular la frase? —preguntó—. Hora de desayunar para los humanos.
—Ah, de acuerdo.
Me echó sobre sus hombros de piedra, con suavidad, pero con tal rapidez que me dejó
sin aliento. Protesté mientras me llevaba con facilidad escaleras abajo, pero me ignoró. Me
sentó con delicadeza, derecha sobre la silla.
La cocina estaba brillante, alegre, parecía absorber mi estado de ánimo.
—¿Qué hay para desayunar? —pregunté con tono agradable.
Aquello le descolocó durante un minuto.
—Eh... No estoy seguro. ¿Qué te gustaría?
Arrugó su frente de mármol. Esbocé una amplia sonrisa y me levanté de un salto.
—Vale, sola me defiendo bastante bien. Obsérvame cazar.
Encontré un cuenco y una caja de cereales. Pude sentir sus ojos fijos en mí mientras
echaba la leche y tomaba una cuchara. Puse el desayuno sobre la mesa, y luego me detuve
para, sin querer ser irónica, preguntarle:
—¿Quieres algo?
Puso los ojos en blanco.
—Limítate a comer, Bella.
Me senté y le observé mientras comía. Edward me contemplaba fijamente, estudiando
cada uno de mis movimientos, por lo que me sentí cohibida. Me aclaré la garganta para hablar
y distraerle.
—¿Qué planes tenemos para hoy?
—Eh... —le observé elegir con cuidado la respuesta—. ¿Qué te parecería conocer a mi
familia?
Tragué saliva.
—¿Ahora tienes miedo?
Parecía esperanzado.
—Sí —admití, pero cómo negarlo si lo podía advertir en mis ojos.
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