Page 162 - Crepusculo 1
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—Mira, intento con todas mis fuerzas no pensar en lo que estoy a punto de hacer, así
               que ¿podemos irnos ya?
                     —A ti no te preocupa dirigirte al encuentro de una casa llena de vampiros, lo que te
               preocupa es conseguir su aprobación, ¿me equivoco?
                     —No —contesté de inmediato, ocultando mi sorpresa ante el tono informal con el que
               utilizaba la palabra.
                     Sacudió la cabeza.
                     —Eres increíble.
                     Cuando condujo fuera del centro del pueblo comprendí que no tenía ni idea de dónde
               vivía. Cruzamos el puente sobre el río Calwah, donde la carretera se desviaba hacia el Norte.
               Las casas que aparecían de forma intermitente al pasar se encontraban cada vez más alejadas
               de la carretera, y eran de mayor tamaño. Luego sobrepasamos otro núcleo de edificios antes
               de  dirigirnos  al  bosque  neblinoso.  Intentaba  decidir  entre  preguntar  o  tener  paciencia  y
               mantenerme  callada  cuando  giró  bruscamente  para  tomar  un  camino  sin  pavimentar.  No
               estaba señalizado y apenas era visible entre los helechos. El bosque, serpenteante entre los
               centenarios árboles, invadía a ambos lados el sendero hasta tal punto que sólo era distinguible
               a pocos metros de distancia.
                     Luego, a escasos kilómetros, los árboles ralearon y de repente nos encontramos en una
               pequeña pradera, ¿o era un jardín? Sin  embargo, se mantenía la penumbra del  bosque;  no
               remitió debido a que las inmensas ramas de seis cedros primigenios daban sombra a todo un
               acre de tierra. La sombra de los árboles protegía los muros de la casa que se erguía entre ellos,
               dejando sin justificación alguna el profundo porche que rodeaba el primer piso.
                     No sé lo que en realidad pensaba encontrarme, pero definitivamente no era aquello. La
               casa, de unos cien años de antigüedad, era atemporal y elegante. Estaba pintada de un blanco
               suave  y  desvaído.  Tenía  tres  pisos  de  altura  y  era  rectangular  y  bien  proporcionada.  El
               monovolumen era el único coche a la vista. Podía escuchar fluir el río cerca de allí, oculto en
               la penumbra del bosque.
                     —¡Guau!
                     —¿Te gusta? —preguntó con una sonrisa.
                     —Tiene... cierto encanto.
                     Me tiró de la coleta y rió entre dientes. Luego, cuando me abrió la puerta, me preguntó.
                     —¿Lista?
                     —Ni un poquito... ¡Vamos!
                     Intenté reírme, pero la risa se me quedó pegada a la garganta. Me alisé el peso con gesto
               nervioso.
                     —Tienes un aspecto adorable.
                     Me tomó de la mano de forma casual, sin pensarlo.
                     Caminamos  hacia  el  porche  a  la  densa  sombra  de  los  árboles.  Sabía  que  notaba  mi
               tensión. Me frotaba el dorso de la mano, describiendo círculos con el dedo pulgar.
                     Me abrió la puerta.
                     El  interior  era  aún  más  sorprendente  y  menos  predecible  que  el  exterior.  Era  muy
               luminoso,  muy  espacioso  y  muy  grande.  Lo  más  posible  es  que  originariamente  hubiera
               estado  dividido  en  varias  habitaciones,  pero  habían  hecho  desaparecer  los  tabiques  para
               conseguir  un  espacio  más  amplio.  El  muro  trasero,  orientado  hacia  el  sur,  había  sido
               totalmente reemplazado por una vidriera y más allá de los cedros, el jardín, desprovisto de
               árboles, se estiraba hasta alcanzar el ancho río. Una maciza escalera de caracol dominaba la
               parte oriental de la estancia. Las paredes, el alto techo de vigas, los suelos de madera y las
               gruesas alfombras eran todos de diferentes tonalidades de blanco.
                     Los padres de Edward nos aguardaban para recibirnos a la izquierda de la entrada, sobre
               un altillo del suelo, en el que descansaba un espectacular piano de cola.




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