Page 37 - Crepusculo 1
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Y ése fue el último contacto que había tenido con él, aunque todos los días estuviera
               ahí, a treinta centímetros. A veces, incapaz de contenerme, le miraba a cierta distancia, en la
               cafetería o en el aparcamiento. Contemplaba cómo sus ojos dorados se oscurecían de forma
               evidente día a día, pero en clase no daba más muestras de saber de su existencia que las que él
               me mostraba a mí. Me sentía miserable. Y los sueños continuaron.
                     A pesar de mis mentiras descaradas, el tono de mis correos electrónicos alertó a Renée
               de mi tristeza y telefoneó unas cuantas veces, preocupada. Intenté convencerla de que sólo era
               el clima, que me aplanaba.
                     Al  menos,  a  Mike  le  complacía  la  obvia  frialdad  existente  entre  mi  compañero  de
               laboratorio y yo. Noté que le preocupaba que me hubiera impresionado el atrevido rescate de
               Edward.  Quedó  muy  aliviado  cuando  se  dio  cuenta  de  que  parecía  haber  tenido  el  efecto
               opuesto. Su confianza aumentó hasta sentarse al borde de mi mesa para conversar antes de
               que  empezara  la  clase  de  Biología,  ignorando  a  Edward  de  forma  tan  absoluta  como  él  a
               nosotros.
                     Por  fortuna,  la  nieve  se  fundió  después  de  aquel  peligroso  día.  Mike  quedó
               desencantado por no haber podido organizar su pelea de bolas de nieve, pero le complacía que
               pronto pudiéramos hacer la excursión a la playa. No obstante, continuó lloviendo a cántaros y
               pasaron las semanas.
                     Jessica  me  hizo tomar  conciencia  de  que  se  fraguaba  otro  acontecimiento.  El  primer
               martes de marzo me telefoneó y me pidió permiso para invitar a Mike en la elección de las
               chicas para el baile de primavera que tendría lugar en dos semanas.
                     — ¿Seguro que no te importa? ¿No pensabas pedírselo? —insistió cuando le dije que no
               me importaba lo más mínimo.
                     —No, Jess, no voy a ir —le aseguré.
                     Bailar se encontraba claramente fuera del abanico de mis habilidades.
                     —Va a ser realmente divertido.
                     Su esfuerzo por convencerme fue poco entusiasta. Sospechaba que Jessica disfrutaba
               más con mi inexplicable popularidad que con mi compañía.
                     —Diviértete con Mike —la animé.
                     Me sorprendió que al día siguiente no mostrara su efusivo ego de costumbre en clase de
               Trigonometría y español. Permaneció callada mientras caminaba a mi lado entre una clase y
               otra, y me dio miedo preguntarle la razón. Si Mike la había rechazado yo era la última persona
               a la que se lo querría contar.
                     Mis temores se acrecentaron durante el almuerzo, cuando Jessica se sentó lo más lejos
               que pudo de Mike y charló animadamente con Eric. Mike estuvo inusualmente callado.
                     Mike continuó en silencio mientras me acompañaba a clase. El aspecto violento de su
               rostro era una mala señal, pero no abordó el tema hasta que estuve sentada en mi pupitre y él
               se  encaramó  sobre  la  mesa.  Como  siempre,  era  consciente  de  que  Edward  se  sentaba  lo
               bastante  cerca  para  tocarlo,  y  tan  distante  como  si  fuera  una  mera  invención  de  mi
               imaginación.
                     —Bueno —dijo Mike, mirando al suelo—, Jessica me ha pedido que la acompañe al
               baile de primavera.
                     —Eso es estupendo —conferí a mi voz un tono de entusiasmo manifiesto—. Te vas a
               divertir un montón con ella.
                     —Eh, bueno... —se quedó sin saber qué decir mientras estudiaba mi sonrisa; era obvio
               que mi respuesta no le satisfacía—. Le dije que tenía que pensármelo.
                     — ¿Por qué lo hiciste?
                     Dejé  que  mi  voz  reflejara  cierta  desaprobación,  aunque  me  aliviaba  saber  que  no  le
               había dado a Jessica una negativa definitiva. Se puso colorado como un tomate y bajó la vista.
               La lástima hizo vacilar mi resolución.




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