Page 42 - Crepusculo 1
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Intenté ser astuta al tiempo que ocultaba mi pánico.
                     —No te preocupes, papá. Voy a ir de tiendas y me pasaré el día en los probadores...
               Será aburrido.
                     —Oh, vale.
                     La  sola  de  idea  de  sentarse  en  tiendas  de  ropa  femenina  por  un  periodo  de  tiempo
               indeterminado le hizo desistir de inmediato.
                     —Gracias —le sonreí.
                     — ¿Estarás de vuelta a tiempo para el baile?
                     Maldición. Sólo en un pueblo tan pequeño, un padre sabe cuándo tienen lugar los bailes
               del instituto.
                     —No, yo no bailo, papá.
                     Él por encima de todos los demás debería entenderlo. No había heredado de mi madre
               mis problemas de equilibrio. Lo comprendió.
                     —Ah, vale —había caído en la cuenta.
                     A la mañana siguiente, cuando me detuve en el aparcamiento, dejé mi coche lo más
               lejos posible del Volvo plateado. Quise apartarme del camino de la tentación para no acabar
               debiéndole a Edward un coche nuevo. Al salir del coche jugueteé con las llaves, que cayeron
               en un charco cercano.  Mientras me agachaba para recogerlas, surgió  de repente una mano
               nivea  y  las  tomó  antes  que  yo.  Me  erguí  bruscamente.  Edward  Cullen  estaba  a  mi  lado,
               recostado como por casualidad contra mi automóvil.
                     — ¿Cómo lo haces? —pregunté, asombrada e irritada.
                     — ¿Hacer qué?
                     Me tendió las llaves mientras hablaba y las dejó caer en la palma de mi mano cuando las
               fui a coger.
                     —Aparecer del aire.
                     —Bella, no es culpa mía que seas excepcionalmente despistada.
                     Como de costumbre, hablaba en calma, con voz pausada y aterciopelada. Fruncí el ceño
               ante  aquel  rostro  perfecto.  Hoy  sus  ojos  volvían  a  relucir  con  un  tono  profundo  y  dorado
               como la miel. Entonces tuve que bajar los míos para reordenar mis ideas, ahora confusas.
                     —  ¿A  qué  vino  taponarme  el  paso  ayer  noche?  —Quise  saber,  aún  rehuyendo  su
               mirada—. Se suponía que fingías que yo no existía ni te dabas cuenta de que echaba chispas.
                     —Eso  fue  culpa  de  Tyler,  no  mía  —se  rió  con  disimulo—.  Tenía  que  darle  su
               oportunidad.
                     —Tú... —dije entrecortadamente.
                     No se me ocurría ningún insulto lo bastante malo. Pensé que la fuerza de mi rabia lo
               achantaría, pero sólo parecía divertirse aún más.
                     —No finjo que no existas —continuó.
                     — ¿Quieres matarme a rabietas dado que la furgoneta de Tyler no lo consiguió?
                     La  ira  destelló  en  sus  ojos  castaños.  Frunció  los  labios  y  desaparecieron  todas  las
               señales de alegría.
                     —Bella, eres totalmente absurda —murmuró con frialdad.
                     Sentí un hormigueo en las palmas de las manos y me entró un ansia de pegar a alguien.
               Estaba sorprendida. Por lo general, no era una persona violenta. Le di la espalda y comencé a
               alejarme.
                     —Espera —gritó. Seguí andando, chapoteando enojada bajo la lluvia, pero se puso a mi
               altura y mantuvo mi paso con facilidad.
                     —Lo  siento.  He  sido  descortés  —dijo  mientras  caminaba.  Le  ignoré—.  No  estoy
               diciendo  que  no  sea  cierto  —prosiguió—,  pero,  de  todos  modos,  no  ha  sido  de  buena
               educación.
                     — ¿Por qué no me dejas sola? —refunfuñé.




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