Page 46 - Crepusculo 1
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—Bueno —hizo una pausa y el resto de las palabras salieron de forma precipitada—.
               Decidí que, ya puesto a ir al infierno, lo podía hacer del todo.
                     Esperé a que dijera algo coherente. Transcurrieron los segundos y después le indiqué:
                     —Sabes que no tengo ni idea de a qué te refieres.
                     —Cierto —volvió a sonreír y cambió de tema—. Creo que tus amigos se han enojado
               conmigo por haberte raptado.
                     —Sobrevivirán.
                     Sentía los ojos de todos ellos clavados en mi espalda.
                     —Aunque es posible que no quiera liberarte  —dijo con un brillo pícaro en sus ojos.
               Tragué saliva y se rió. —Pareces preocupada.
                     —No —respondí, pero mi voz se quebró de forma ridícula—. Más bien sorprendida. ¿A
               qué se debe este cambio?
                     —Ya te lo dije. Me he hartado de permanecer lejos de ti, por lo que me he rendido.
               Seguía sonriendo, pero sus ojos de color ocre estaban serios.
                     — ¿Rendido? —repetí confusa.
                     —Sí, he dejado de intentar ser bueno. Ahora voy a hacer lo que quiero, y que sea lo que
               tenga que ser.
                     Su sonrisa se desvaneció mientras se explicaba y el tono de su voz se endureció.
                     —Me he vuelto a perder.
                     La arrebatadora sonrisa reapareció.
                     —Siempre digo demasiado cuando hablo contigo, ése es uno de los problemas.
                     —No te preocupes... No me entero de nada —le repliqué secamente.
                     —Cuento con ello.
                     —Ya. En cristiano, ¿somos amigos ahora?
                     —Amigos... —meditó dubitativo.
                     —O no —musité.
                     Esbozó una amplia sonrisa.
                     —Bueno, supongo que podemos intentarlo, pero ahora te prevengo que no voy a ser un
               buen amigo para ti.
                     El aviso oculto detrás de su sonrisa era real.
                     —Lo repites un montón —recalqué al tiempo que intentaba ignorar el repentino temblor
               de mi vientre y mantenía serena la voz.
                     —Sí,  porque  no  me  escuchas.  Sigo  a  la  espera  de  que  me  creas.  Si  eres  lista,  me
               evitarás.
                     —Me parece que tú también te has formado tu propia opinión sobre mi mente preclara.
                     Entrecerré los ojos y él sonrió disculpándose.
                     —En ese caso —me esforcé por resumir aquel confuso intercambio de frases—, hasta
               que yo sea lista... ¿Vamos a intentar ser amigos?
                     —Eso parece casi exacto.
                     Busqué con la mirada mis manos, en torno a la botella de limonada, sin saber qué hacer.
                     — ¿Qué piensas? —preguntó con curiosidad.
                     Alcé la vista hasta esos profundos ojos dorados que me turbaban los sentidos y, como
               de costumbre, respondí la verdad:
                     —Intentaba averiguar qué eres.
                     Su rostro se crispó, pero consiguió mantener la sonrisa, no sin cierto esfuerzo.
                     — ¿Y has tenido fortuna en tus pesquisas? —inquirió con desenvoltura.
                     —No demasiada —admití.
                     Se rió entre dientes.
                     — ¿Qué teorías barajas?






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