Page 51 - Crepusculo 1
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El bamboleo de su caminar no ayudaba. Me sostenía con cuidado lejos de su cuerpo,
               soportando todo mi peso sólo con los brazos, sin que eso pareciera afectarle.
                     — ¿De modo que te desmayas al ver sangre? —preguntó. Aquello parecía divertirle.
                     No le contesté. Cerré los ojos, apreté los labios y luché contra las náuseas con todas mis
               fuerzas.
                     —Y ni siquiera era la visión de tu propia sangre —continuó regodeándose.
                     No sé cómo abrió la puerta mientras me llevaba en brazos, pero de repente hacía calor,
               por lo que supe que habíamos entrado.
                     —Oh, Dios mío —dijo de forma entrecortada una voz de mujer.
                     —Se desmayó en Biología —le explicó Edward.
                     Abrí  los  ojos.  Estaba  en  la  oficina.  Edward  me  llevaba  dando  zancadas  delante  del
               mostrador frontal en dirección a la puerta de la enfermería. La señora Cope, la recepcionista
               de rostro rubicundo, corrió delante de él para mantener la puerta abierta. La atónita enfermera,
               una  dulce  abuelita,  levantó  los  ojos  de  la  novela  que  leía  mientras  Edward  me  llevaba  en
               volandas dentro de la habitación y me depositaba con suavidad encima del crujiente papel que
               cubría el colchón de vinilo marrón del único catre. Luego se colocó contra la pared, tan lejos
               como lo permitía la angosta habitación, con los ojos brillantes, excitados.
                     —Ha sufrido un leve desmayo —tranquilizó a la sobresaltada enfermera—. En Biología
               están haciendo la prueba del Rh.
                     La enfermera asintió sabiamente.
                     —Siempre le ocurre a alguien.
                     Edward se rió con disimulo.
                     —Quédate tendida un minutito, cielo. Se pasará.
                     —Lo sé —dije con un suspiro. Las náuseas ya empezaban a remitir.
                     — ¿Te sucede muy a menudo? —preguntó ella.
                     —A veces —admití. Edward tosió para ocultar otra carcajada.
                     —Puedes regresar a clase —le dijo la enfermera.
                     —Se supone que me tengo que quedar con ella —le contestó con aquel tono suyo tan
               autoritario que la enfermera, aunque frunció los labios, no discutió más.
                     —Voy  a  traerte  un  poco  de  hielo  para  la  frente,  cariño  —me  dijo,  y  luego  salió
               bulliciosamente de la habitación.
                     —Tenías razón —me quejé, dejando que mis ojos se cerraran.
                     —Suelo tenerla, ¿sobre qué tema en particular en esta ocasión?
                     —Hacer novillos es saludable.
                     Respiré de forma acompasada.
                     —Ahí fuera hubo un momento  en que me asustaste  —admitió después de hacer una
               pausa.  La  voz  sonaba  como  si  confesara  una  humillante  debilidad—.  Creí  que  Newton
               arrastraba tu cadáver para enterrarlo en los bosques.
                     —Ja, ja.
                     Continué con los ojos cerrados, pero cada vez me encontraba más entonada.
                     —Lo cierto es que he visto cadáveres con mejor aspecto. Me preocupaba que tuviera
               que vengar tu asesinato.
                     —Pobre Mike. Apuesto a que se ha enfadado.
                     —Me aborrece por completo —dijo Edward jovialmente.
                     —No lo puedes saber —disentí, pero de repente me pregunté si a lo mejor sí que podía.
                     —Vi su rostro... Te lo aseguro.
                     — ¿Cómo es que me viste? Creí que te habías ido.
                     Ya me encontraba prácticamente recuperada. Las náuseas se hubieran pasado con mayor
               rapidez  de  haber  comido  algo  durante  el  almuerzo,  aunque,  por  otra  parte,  tal  vez  era
               afortunada por haber tenido el estómago vacío.




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