Page 50 - Crepusculo 1
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chillidos, quejas y risitas cuando se ensartaban los dedos con la lanceta. Inspiré y expiré de
               forma acompasada por la boca.
                     —Bella, ¿te encuentras bien? —preguntó el señor Banner. Su voz sonaba muy cerca de
               mi cabeza. Parecía alarmado.
                     —Ya sé cuál es mi grupo sanguíneo, señor Banner —dije con voz débil. No me atrevía
               a levantar la cabeza.
                     — ¿Te sientes débil?
                     —Sí, señor —murmuré mientras en mi fuero interno me daba de bofetadas por no haber
               hecho novillos cuando tuve la ocasión.
                     —Por favor, ¿alguien puede llevar a Bella a la enfermería? —pidió en voz alta.
                     No tuve que alzar la vista para saber que Mike se ofrecería voluntario.
                     — ¿Puedes caminar? —preguntó el señor Banner.
                     —Sí —susurré. Limítate a dejarme salir de aquí, pensé. Me arrastraré.
                     Mike parecía ansioso cuando me rodeó la cintura con el brazo y puso mi brazo sobre su
               hombro. Me apoyé pesadamente sobre él mientras salía de clase.
                     Muy despacio, crucé el campus a remolque de Mike. Cuando doblamos la esquina de la
               cafetería y estuvimos fuera del campo de visión del edificio cuatro  —en el caso de que el
               profesor Banner estuviera mirando—, me detuve.
                     — ¿Me dejas sentarme un minuto, por favor? —supliqué.
                     Me ayudó a sentarme al borde del paseo.
                     —Y, hagas lo que hagas, ocúpate de tus asuntos —le avisé.
                     Aún seguía muy confusa. Me tumbé sobre un costado, puse la mejilla sobre el cemento
               húmedo y gélido de la acera y cerré los ojos. Eso pareció ayudar un poco.
                     —Vaya, te has puesto verde —comentó Mike, bastante nervioso.
                     — ¿Bella? —me llamó otra voz a lo lejos.
                     ¡No! Por favor, que esa voz tan terriblemente familiar sea sólo una imaginación.
                     — ¿Qué le sucede? ¿Está herida?
                     Ahora  la  voz  sonó  más  cerca,  y  parecía  preocupada.  No  me  lo  estaba  imaginando.
               Apreté los párpados con fuerza, me quería morir o, como mínimo, no vomitar.
                     Mike parecía tenso.
                     —Creo que se ha desmayado. No sé qué ha pasado, no ha movido ni un dedo.
                     —Bella —la voz de Edward sonó a mi lado. Ahora parecía aliviado—. ¿Me oyes?
                     —No —gemí—. Vete.
                     Se rió por lo bajo.
                     —La llevaba a la enfermería —explicó Mike a la defensiva—, pero no quiso avanzar
               más.
                     —Yo me encargo de ella —dijo Edward. Intuí su sonrisa en el tono de su voz—. Puedes
               volver a clase.
                     —No —protestó Mike—. Se supone que he de hacerlo yo.
                     De  repente,  la  acera  se  desvaneció  debajo  de  mi  cuerpo.  Abrí  los  ojos,  sorprendida.
               Estaba en brazos  de Edward, que me había levantado en vilo,  y me llevaba con la misma
               facilidad que si pesara cinco kilos en lugar de cincuenta.
                     — ¡Bájame!
                     Por  favor,  por  favor,  que  no  le  vomite  encima.  Empezó  a  caminar  antes  de  que
               terminara de hablar.
                     — ¡Eh! —gritó Mike, que ya se hallaba a diez pasos detrás de nosotros.
                     Edward lo ignoró.
                     —Tienes un aspecto espantoso —me dijo al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa.
                     — ¡Déjame otra vez en la acera! —protesté.






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