Page 47 - Crepusculo 1
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Me sonrojé. Durante el último mes había estado vacilando entre Barman y Spiderman.
               No había forma de admitir aquello.
                     —  ¿No  me  lo  quieres  decir?  —preguntó,  ladeando  la  cabeza  con  una  sonrisa
               terriblemente tentadora.
                     Negué con la cabeza.
                     —Resulta demasiado embarazoso.
                     —Eso es realmente frustrante, ya lo sabes —se quejó.
                     —No —disentí rápidamente con una dura mirada—. No concibo por qué ha de resultar
               frustrante,  en  absoluto,  sólo  porque  alguien  rehusé  revelar  sus  pensamientos,  sobre  todo
               después de haber efectuado unos cuantos comentarios crípticos, especialmente ideados para
               mantenerme en vela toda la noche, pensando en su posible significado... Bueno, ¿por qué iba
               a resultar frustrante?
                     Hizo una mueca.
                     —O mejor —continué, ahora el enfado acumulado fluía libremente—, digamos que una
               persona  realiza  un  montón  de  cosas  raras,  como  salvarte  la  vida  bajo  circunstancias
               imposibles un día y al siguiente tratarte como si fueras un paria, y jamás te explica ninguna de
               las  dos,  incluso  después  de  haberlo  prometido.  Eso  tampoco  debería  resultar  demasiado
               frustrante.
                     —Tienes un poquito de genio, ¿verdad?
                     —No me gusta aplicar un doble rasero.
                     Nos contemplamos el uno al otro sin sonreír.
                     Miró por encima de mi hombro y luego, de forma inesperada, rió por lo bajo.
                     — ¿Qué?
                     —Tu novio parece creer que estoy siendo desagradable contigo. Se debate entre venir o
               no a interrumpir nuestra discusión.
                     Volvió a reírse.
                     ——No sé de quién me hablas —dije con frialdad— pero, de todos modos, estoy segura
               de que te equivocas.
                     —Yo, no. Te lo dije, me resulta fácil saber qué piensan la mayoría de las personas.
                     —Excepto yo, por supuesto.
                     —Sí,  excepto  tú  —su  humor  cambió  de  repente.  Sus  ojos  se  hicieron  más
               inquietantes—. Me pregunto por qué será.
                     La intensidad de su mirada era tal que tuve que apartar la vista. Me concentré en abrir el
               tapón de mi botellín de limonada. Lo desenrosqué sin mirar, con los ojos fijos en la mesa.
                     — ¿No tienes hambre? —preguntó distraído.
                     —No —no me apetecía mencionar que mi estómago  ya estaba lleno de... mariposas.
               Miré el espacio vacío de la mesa delante de él—. ¿Y tú?
                     —No. No estoy hambriento.
                     No comprendí su expresión, parecía disfrutar de algún chiste privado.
                     — ¿Me puedes hacer un favor? —le pedí después de un segundo de vacilación.
                     De repente, se puso en guardia.
                     —Eso depende de lo que quieras.
                     —No es mucho —le aseguré. El esperó con cautela y curiosidad.
                     —Sólo  me  preguntaba  si  podrías  ponerme  sobre  aviso  la  próxima  vez  que  decidas
               ignorarme por mi propio bien. Únicamente para estar preparada.
                     Mantuve la vista fija en el botellín de limonada mientras hablaba, recorriendo el círculo
               de la boca con mi sonrosado dedo.
                     —Me parece justo.
                     Apretaba los labios para no reírse cuando alcé los ojos.
                     —Gracias.




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