Page 52 - Crepusculo 1
P. 52

—Estaba en mi coche escuchando un CD.
                     Aquella respuesta tan sencilla me sorprendió. Oí la puerta y abrí los ojos para ver a la
               enfermera con una compresa fría en la mano.
                     —Aquí tienes, cariño —la colocó sobre mi frente y añadió—: Tienes mejor aspecto.
                     —Creo que ya estoy bien —dije mientras me incorporaba lentamente.
                     Me pitaban un poco los oídos, pero no tenía mareos. Las paredes de color menta no
               daban vueltas.
                     Pude ver que me iba a obligar a acostarme de nuevo, pero en ese preciso momento la
               puerta se abrió y la señora Cope se golpeó la cabeza contra la misma.
                     —Ahí viene otro —avisó.
                     Me bajé de un salto para dejar libre el camastro para el siguiente inválido. Devolví la
               compresa a la enfermera.
                     —Tome, ya no la necesito.
                     Entonces,  Mike  cruzó  la  puerta  tambaleándose.  Ahora  sostenía  a  Lee  Stephens,  otro
               chico de nuestra clase de Biología, que tenía el rostro amarillento. Edward y yo retrocedimos
               hacia la pared para hacerles sitio.
                     —Oh, no —murmuró Edward—. Vamonos fuera de aquí, Bella.
                     Aturdida, le busqué con la mirada.
                     —Confía en mí... Vamos.
                     Di media vuelta y me aferré a la puerta antes de que se cerrara para salir disparada de la
               enfermería. Sentí que Edward me seguía.
                     —Por una vez me has hecho caso.
                     Estaba sorprendido.
                     —Olí la sangre —le dije, arrugando la nariz. Lee no se ha puesto malo por ver la sangre
               de otros, como yo.
                     —La gente no puede oler la sangre —me contradijo.
                     —Bueno, yo sí. Eso es lo que me pone mala. Huele a óxido... y a sal.
                     Se me quedó mirando con una expresión insondable.
                     — ¿Qué? —le pregunté.
                     —No es nada.
                     Entonces, Mike cruzó la puerta, sus ojos iban de Edward a mí. La mirada que le dedicó
               a Edward me confirmó lo que éste me había dicho, que Mike lo aborrecía. Volvió a mirarme
               con gesto malhumorado.
                     —Tienes mejor aspecto —me acusó.
                     —Ocúpate de tus asuntos —volví a avisarle.
                     —Ya no sangra nadie más —murmuró—. ¿Vas a volver a clase?
                     — ¿Bromeas? Tendría que dar media vuelta y volver aquí.
                     —Sí, supongo que sí. ¿Vas a venir este fin de semana a la playa?
                     Mientras  hablaba,  lanzó  otra  mirada  fugaz  hacia  Edward,  que  se  apoyaba  con  gesto
               ausente contra el desordenado mostrador, inmóvil como una estatua. Intenté que pareciera lo
               más amigable posible:
                     —Claro. Te dije que iría.
                     —Nos reuniremos en la tienda de mi padre a las diez.
                     Su mirada se posó en Edward otra vez, preguntándose si no estaría dando demasiada
               información. Su lenguaje corporal evidenciaba que no era una invitación abierta.
                     —Allí estaré —prometí.
                     —Entonces, te veré en clase de gimnasia —dijo, dirigiéndose con inseguridad hacia la
               puerta.
                     —Hasta la vista —repliqué.






                                                                                                  — 52 —
   47   48   49   50   51   52   53   54   55   56   57