Page 54 - Crepusculo 1
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Ahora  estábamos  cerca  del  aparcamiento.  Me  desvié  a  la  izquierda,  hacia  el
               monovolumen. Algo me agarró de la cazadora y me hizo retroceder.
                     — ¿Adonde te crees que vas? —preguntó ofendido.
                     Edward me aferraba de la misma con una sola mano. Estaba perpleja.
                     —Me voy a casa.
                     — ¿Acaso no me has oído decir que te iba a dejar a salvo en casa? ¿Crees que te voy a
               permitir que conduzcas en tu estado?
                     — ¿En qué estado? ¿Y qué va a pasar con mi coche? ——me quejé.
                     —Se lo tendré que dejar a Alice después de la escuela.
                     Me arrastró de la ropa hacia su coche. Todo lo que podía hacer era intentar no caerme,
               aunque, de todos modos, lo más probable es que me sujetara si perdía el equilibrio.
                     — ¡Déjame! —insistí.
                     Me ignoró. Anduve haciendo eses sobre las aceras empapadas hasta llegar a su Volvo.
               Entonces, me soltó al fin. Me tropecé contra la puerta del copiloto.
                     — ¡Eres tan insistente!—refunfuñé.
                     —Está abierto —se limitó a responder. Entró en el coche por el lado del conductor.
                     —Soy perfectamente capaz de conducir hasta casa.
                     Permanecí  junto  al  Volvo  echando  chispas.  Ahora  llovía  con  más  fuerza  y  el  pelo
               goteaba sobre mi espalda al no haberme puesto la capucha. Bajó el cristal de la ventanilla
               automática y se inclinó sobre el asiento del copiloto:
                     —Entra, Bella.
                     No  le  respondí.  Estaba  calculando  las  oportunidades  que  tenía  de  alcanzar  el
               monovolumen antes de que él me atrapara, y tenía que admitir que no eran demasiadas.
                     —Te arrastraría de vuelta aquí —me amenazó, adivinando mi plan.
                     Intenté mantener toda la dignidad que me fue posible al entrar en el Volvo. No tuve
               mucho éxito. Parecía un gato empapado y las botas crujían continuamente.
                     —Esto es totalmente innecesario —dije secamente.
                     No me respondió. Manipuló los mandos, subió la calefacción y bajó la música. Cuando
               salió del aparcamiento, me preparaba para castigarle con mi silencio —poniendo un mohín de
               total enfado—, pero entonces reconocí la música que sonaba y la curiosidad prevaleció sobre
               la intención.
                     — ¿Claro de luna?—pregunté sorprendida.
                     — ¿Conoces a Debussy? —él también parecía estar sorprendido.
                     —No  mucho  —admití—.  Mi  madre  pone  mucha  música  clásica  en  casa,  pero  sólo
               conozco a mis favoritos.
                     —También es uno de mis favoritos.
                     Siguió mirando al frente, a través de la lluvia, sumido en sus pensamientos.
                     Escuché  la  música  mientras  me  relajaba  contra  la  suave  tapicería  de  cuero  gris.  Era
               imposible no reaccionar ante la conocida y relajante melodía. La lluvia emborronaba todo el
               paisaje  más  allá  de  la  ventanilla  hasta  convertirlo  en  una  mancha  de  tonalidades  grises  y
               verdes.  Comencé  a  darme  cuenta  de  lo  rápido  que  íbamos,  pero,  no  obstante,  el  coche  se
               movía  con  tal  firmeza  y  estabilidad  que  no  notaba  la  velocidad,  salvo  por  lo  deprisa  que
               dejábamos atrás el pueblo.
                     — ¿Cómo es tu madre? —me preguntó de repente.
                     Lo miré de refilón, con curiosidad.
                     —Se parece mucho a mí, pero es más guapa —respondí. Alzó las cejas—; he heredado
               muchos rasgos de Charlie. Es más sociable y atrevida que yo. También es irresponsable y un
               poco excéntrica, y una cocinera impredecible. Es mi mejor amiga —me callé. Hablar de ella
               me había deprimido.
                     —Bella, ¿cuántos años tienes?




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