Page 58 - Crepusculo 1
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CUENTOS DE MIEDO
En realidad, cuando me senté en mi habitación e intenté concentrarme en la lectura del
tercer acto de Macbeth, estaba atenta a ver si oía el motor de mi coche. Pensaba que podría
escuchar el rugido del motor por encima del tamborileo de la lluvia, pero, cuando aparté la
cortina para mirar de nuevo, apareció allí de repente.
No esperaba el viernes con especial interés, sólo consistía en reasumir mi vida sin
expectativas. Hubo unos pocos comentarios, por supuesto. Jessica parecía tener un interés
especial por comentar el tema, pero, por fortuna, Mike había mantenido el pico cerrado y
nadie parecía saber nada de la participación de Edward. No obstante, Jessica me formuló un
montón de preguntas acerca de mi almuerzo y en clase de Trigonometría me dijo:
— ¿Qué quería ayer Edward Cullen?
—No lo sé —respondí con sinceridad—. En realidad, no fue al grano.
—Parecías como enfadada —comentó a ver si me sonsacaba algo.
— ¿Sí? — mantuve el rostro inexpresivo.
—Ya sabes, nunca antes le había visto sentarse con nadie que no fuera su familia. Era
extraño.
—Extraño en verdad —coincidí.
Parecía asombrada. Se alisó sus rizos oscuros con impaciencia. Supuse que esperaba
escuchar cualquier cosa que le pareciera una buena historia que contar.
Lo peor del viernes fue que, a pesar de saber que él no iba a estar presente, aún
albergaba esperanzas. Cuando entré en la cafetería en compañía de Jessica y Mike, no pude
evitar mirar la mesa en la que Rosalie, Alice y Jasper se sentaban a hablar con las cabezas
juntas. No pude contener la melancolía que me abrumó al comprender que no sabía cuánto
tiempo tendría que esperar antes de volverlo a ver.
En mi mesa de siempre no hacían más que hablar de los planes para el día siguiente.
Mike volvía a estar animado, depositaba mucha fe en el hombre del tiempo, que vaticinaba
sol para el sábado. Tenía que verlo para creerlo, pero hoy hacía más calor, casi doce grados.
Puede que la excursión no fuera del todo espantosa.
Intercepté unas cuantas miradas poco amistosas por parte de Lauren durante el
almuerzo, hecho que no comprendí hasta que salimos juntas del comedor. Estaba justo detrás
de ella, a un solo pie de su pelo rubio, lacio y brillante, y no se dio cuenta, desde luego,
cuando oí que le murmuraba a Mike:
—No sé por qué Bella —sonrió con desprecio al pronunciar mi nombre— no se sienta
con los Cullen de ahora en adelante.
Hasta ese momento no me había percatado de la voz tan nasal y estridente que tenía, y
me sorprendió la malicia que destilaba. En realidad, no la conocía muy bien; sin duda, no lo
suficiente para que me detestara..., o eso había pensado.
—Es mi amiga, se sienta con nosotros —le replicó en susurros Mike, con mucha lealtad,
pero también de forma un poquito posesiva. Me detuve para permitir que Jessica y Angela me
adelantaran. No quería oír nada más.
Durante la cena de aquella noche, Charlie parecía entusiasmado por mi viaje a La Push
del día siguiente. Sospecho que se sentía culpable por dejarme sola en casa los fines de
semana, pero había pasado demasiados años forjando unos hábitos para romperlos ahora.
Conocía los nombres de todos los chicos que iban, por supuesto, y los de sus padres y,
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