Page 61 - Crepusculo 1
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acompañarlas antes de levantarme con sigilo para unirme al grupo de caminantes. Mike me
               dedicó una enorme sonrisa cuando vio que también iba.
                     La caminata no fue demasiado larga, aunque me fastidiaba perder de vista el cielo al
               entrar en el bosque. La luz verde de éste difícilmente podía encajar con las risas juveniles, era
               demasiado oscuro y aterrador para estar en armonía con las pequeñas bromas que se gastaban
               a mí alrededor. Debía vigilar cada paso que daba con sumo cuidado para evitar las raíces del
               suelo y las ramas que había sobre mi cabeza, por lo que no tardé en rezagarme. Al final me
               adentré en los confines esmeraldas de la foresta y encontré de nuevo la rocosa orilla. Había
               bajado la marea y un río fluía a nuestro lado de camino hacia el mar. A lo largo de sus orillas
               sembradas de guijarros había pozas poco profundas que jamás se secaban del todo. Eran un
               hervidero de vida.
                     Tuve buen cuidado de no inclinarme demasiado sobre aquellas lagunas naturales. Los
               otros fueron más intrépidos, brincaron sobre las rocas y se encaramaron a los bordes de forma
               precaria.  Localicé  una  piedra  de  apariencia  bastante  estable  en  los  aledaños  de  una  de  las
               lagunas más grandes y me senté con cautela, fascinada por el acuario natural que había a mis
               pies.  Ramilletes  de  brillantes  anémonas  se  ondulaban  sin  cesar  al  compás  de  la  corriente
               invisible. Conchas en espiral rodaban sobre los repliegues en cuyo interior se ocultaban los
               cangrejos. Una estrella de mar inmóvil se aferraba a las rocas, mientras una rezagada anguila
               pequeña de estrías blancas zigzagueaba entre los relucientes juncos verdes a la espera de la
               pleamar. Me quedé completamente absorta, a excepción de una pequeña parte de mi mente,
               que se preguntaba qué estaría haciendo ahora Edward e intentaba imaginar lo que diría de
               estar aquí conmigo.
                     Finalmente, los muchachos sintieron apetito y me levanté con rigidez para seguirlos de
               vuelta a la playa. En esta ocasión intenté seguirles el ritmo a través del bosque, por lo que me
               caí unas cuantas veces, cómo no. Me hice algunos rasguños poco profundos en las palmas de
               las manos, y las rodillas de mis vaqueros se riñeron de verdín, pero podía haber sido peor.
                     Cuando regresamos a First Beach, el grupo que habíamos dejado se había multiplicado.
               Al acercarnos pude ver el lacio y reluciente pelo negro y la piel cobriza de los recién llegados,
               unos adolescentes de la reserva que habían acudido para hacer un poco de vida social.
                     La comida ya había empezado a repartirse, y los chicos se apresuraron para pedir que la
               compartieran mientras Eric nos presentaba al entrar en el círculo de la fogata. Angela y yo
               fuimos  las  últimas  en  llegar  y  me  di  cuenta  de  que  el  más  joven  de  los  recién  llegados,
               sentado sobre las piedras cerca del fuego, alzó la vista para mirarme con interés cuando Eric
               pronunció nuestros nombres. Me senté junto a Angela, y Mike nos trajo unos sandwiches y
               una selección de refrescos para que eligiéramos mientras el chico que tenía aspecto de ser el
               mayor  de  los  visitantes  pronunciaba  los  nombres  de  los  otros  siete  jóvenes  que  lo
               acompañaban. Todo lo que pude comprender es que una de las chicas también se llamaba
               Jessica y que el muchacho cuya atención había despertado respondía al nombre de Jacob.
                     Resultaba  relajante  sentarse  con  Angela,  era  una  de  esas  personas  sosegadas  que  no
               sentían  la  necesidad  de  llenar  todos  los  silencios  con  cotorreos.  Me  dejó  cavilar
               tranquilamente sin molestarme mientras comíamos. Pensaba de qué forma tan deshilvanada
               transcurría el tiempo  en Forks; a veces  pasaba  como  en una nebulosa,  con unas imágenes
               únicas que sobresalían con mayor claridad que el resto, mientras que en otras ocasiones cada
               segundo  era  relevante  y  se  grababa  en  mi  mente.  Sabía  con  exactitud  qué  causaba  la
               diferencia y eso me perturbaba.
                     Las nubes comenzaron a avanzar durante el almuerzo. Se deslizaban por el cielo azul y
               ocultaban de forma fugaz y momentánea el sol, proyectando sombras alargadas sobre la playa
               y  oscureciendo  las  olas.  Los  chicos  comenzaron  a  alejarse  en  duetos  y  tríos  cuando
               terminaron de comer. Algunos descendieron hasta el borde del mar para jugar a la cabrilla
               lanzando piedras sobre la superficie agitada del mismo. Otros se congregaron para efectuar




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