Page 64 - Crepusculo 1
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— ¿Subes mucho a Forks? —pregunté con malicia, simulando esperar un sí por
respuesta. Me vi como una tonta y temí que, disgustado, se diera la vuelta tras acusarme de
ser una farsante, pero aún parecía adulado.
—No demasiado —admitió con gesto de disgusto—, pero podré ir las veces que quiera
en cuanto haya terminado el coche. .. y tenga el carné —añadió.
— ¿Quién era ese otro chico con el que hablaba Lauren? Parecía un poco viejo para
andar con nosotros —me incluí a propósito entre los más jóvenes en un intento de dejarle
claro que le prefería a él.
—Es Sam y tiene diecinueve años —me informó Jacob.
— ¿Qué era lo que decía sobre la familia del doctor? —pregunté con toda inocencia.
— ¿Los Cullen? Se supone que no se acercan a la reserva.
Desvió la mirada hacia la Isla de James mientras confirmaba lo que creía haber oído de
labios de Sam.
— ¿Por qué no?
Me devolvió la mirada y se mordió el labio.
—Vaya. Se supone que no debo decir nada.
—Oh, no se lo voy a contar a nadie. Sólo siento curiosidad.
Probé a esbozar una sonrisa tentadora al tiempo que me preguntaba si no me estaba
pasando un poco, aunque él me devolvió la sonrisa y pareció tentado. Luego enarcó una ceja y
su voz fue más ronca cuando me preguntó con tono agorero:
¿—Te gustan las historias de miedo?
—Me encantan —repliqué con entusiasmo, esforzándome para engatusarlo.
Jacob paseó hasta un árbol cercano varado en la playa cuyas raíces sobresalían como las
patas de una gran araña blancuzca. Se apoyó levemente sobre una de las raíces retorcidas
mientras me sentaba a sus pies, apoyándome sobre el tronco. Contempló las rocas. Una
sonrisa pendía de las comisuras de sus labios carnosos y supe que iba a intentar hacerlo lo
mejor que pudiera. Me esforcé para que se notara en mis ojos el vivo interés que yo sentía.
¿—Conoces alguna de nuestras leyendas ancestrales? —comenzó—. Me refiero a
nuestro origen, el de los quileutes.
—En realidad, no —admití.
—Bueno, existen muchas leyendas. Se afirma que algunas se remontan al Diluvio.
Supuestamente, los antiguos quileutes amarraron sus canoas a lo alto de los árboles más
grandes de las montañas para sobrevivir, igual que Noé y el arca —me sonrió para
demostrarme el poco crédito que daba a esas historias—. Otra leyenda afirma que
descendemos de los lobos, y que éstos siguen siendo nuestros hermanos. La ley de la tribu
prohíbe matarlos.
»Y luego están las historias sobre los fríos.
— ¿Los fríos? —pregunté sin esconder mi curiosidad.
—Sí. Las historias de los fríos son tan antiguas como las de los lobos, y algunas son
mucho más recientes. De acuerdo con la leyenda, mi propio tatarabuelo conoció a algunos de
ellos. Fue él quien selló el trato que los mantiene alejados de nuestras tierras.
Entornó los ojos.
— ¿Tu tatarabuelo? —le animé.
—Era el jefe de la tribu, como mi padre. Ya sabes, los fríos son los enemigos naturales
de los lobos, bueno, no de los lobos en realidad, sino de los lobos que se convierten en
hombres, como nuestros ancestros. Tú los llamarías licántropos.
— ¿Tienen enemigos los hombres lobo?
—Sólo uno.
Lo miré con avidez, confiando en hacer pasar mi impaciencia por admiración. Jacob
prosiguió:
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