Page 68 - Crepusculo 1
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PESADILLA

                     Le dije a Charlie que tenía un montón de deberes pendientes y ningún apetito. Había un
               partido de baloncesto que lo tenía entusiasmado, aunque, por supuesto, yo no tenía ni idea de
               por qué era especial, así que no se percató de nada inusual en mi rostro o en mi voz.
                     Una  vez  en  mi  habitación,  cerré  la  puerta.  Registré  el  escritorio  hasta  encontrar  mis
               viejos cascos y los conecté a mi pequeño reproductor de CD. Elegí un disco que Phil me había
               regalado  por  Navidad.  Era  uno  de  sus  grupos  predilectos,  aunque,  para  mi  gusto,  gritaban
               demasiado y abusaba un poco del bajo. Lo introduje en el reproductor y me tendí en la cama.
               Me puse los  auriculares, pulsé el  botón  play  y subí  el  volumen hasta que me dolieron los
               oídos. Cerré los ojos, pero la luz aún me molestaba, por lo que me puse una almohada encima
               del rostro. Me concentré con mucha atención en la música, intentando comprender las letras,
               desenredarlas entre el complicado golpeteo de la batería. La tercera vez que escuché el CD
               entero,  me  sabía  al  menos  la  letra  entera  de  los  estribillos.  Me  sorprendió  descubrir  que,
               después de todo, una vez que conseguí superar el ruido atronador, el grupo me gustaba. Tenía
               que volver a darle las gracias a Phil.
                     Y funcionó. Los demoledores golpes me impedían pensar, que era el objetivo final del
               asunto. Escuché el CD una y otra vez hasta que canté de cabo a rabo todas las canciones y al
               fin me dormí.
                     Abrí los ojos en un lugar conocido. En un rincón de mi conciencia sabía que estaba
               soñando. Reconocí el verde fulgor del bosque y oí las olas batiendo las rocas en algún lugar
               cercano. Sabía que podría ver el sol si encontraba el océano. Intenté seguir el sonido del mar,
               pero  entonces  Jacob  Black  estaba  allí,  tiraba  de  mi  mano,  haciéndome  retroceder  hacia  la
               parte más sombría del bosque.
                     — ¿Jacob? ¿Qué pasa? —pregunté. Había pánico en su rostro mientras tiraba de mí con
               todas sus fuerzas para vencer mi resistencia, pero yo no quería entrar en la negrura.
                     — ¡Corre, Bella, tienes que correr! —susurró aterrado.
                     — ¡Por aquí, Bella! ——reconocí la voz que me llamaba desde el lúgubre corazón del
               bosque; era la de Mike, aunque no podía verlo.
                     —  ¿Por  qué?  —pregunté  mientras  seguía  resistiéndome  a  la  sujeción  de  Jacob,
               desesperada por encontrar el sol.
                     Pero Jacob, que de repente se convulsionó, soltó mi mano y profirió un grito para luego
               caer sobre el suelo del bosque oscuro. Se retorció bruscamente sobre la tierra mientras yo lo
               contemplaba aterrada.
                     — ¡Jacob! —chillé.
                     Pero él había desaparecido y lo había sustituido un gran lobo de ojos negros y pelaje de
               color marrón rojizo. El lobo me dio la espalda y se alejó, encaminándose hacia la costa con el
               pelo del dorso erizado, gruñendo por lo bajo y enseñando los colmillos.
                     — ¡Corre, Bella! —volvió a gritar Mike a mis espaldas, pero no me di la vuelta. Estaba
               contemplando una luz que venía hacia mí desde la playa.
                     Y en ese momento Edward apareció caminando muy deprisa de entre los árboles, con la
               piel brillando tenuemente y los ojos negros, peligrosos. Alzó una mano y me hizo señas para
               que me acercara a él. El lobo gruñó a mis pies.
                     Di  un  paso  adelante,  hacia  Edward.  Entonces,  él  sonrió.  Tenía  dientes  afilados  y
               puntiagudos.
                     —Confía en mí —ronroneó.




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