Page 73 - Crepusculo 1
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miércoles. Pergeñé un primer borrador del trabajo con una satisfacción y serenidad que no
sentía desde... Bueno, para ser sincera, desde el jueves.
Esa había sido siempre mi forma de ser. Adoptar decisiones era la parte que más me
dolía, la que me llevaba por la calle de la amargura. Pero una vez que tomaba la decisión, me
limitaba a seguirla... Por lo general, con el alivio que daba el haberla tomado. A veces, el
alivio se teñía de desesperación, como cuando resolví venir a Forks, pero seguía siendo mejor
que pelear con las alternativas.
Era ridículamente fácil vivir con esta decisión. Peligrosamente fácil.
De ese modo, el día fue tranquilo y productivo. Terminé mi trabajo antes de las ocho.
Charlie volvió a casa con abundante pesca, lo que me llevó a pensar en adquirir un libro de
recetas para pescado cuando estuviera en Seattle la semana siguiente. Los escalofríos que
corrían por mi espalda cada vez que pensaba en ese viaje no diferían de los que sentía antes de
mi paseo con Jacob Black. Creía que serían distintos. Deberían serlo, ¡deberían serlo! Sabía
que debería estar asustada, pero lo que sentía no era miedo exactamente.
Dormí sin sueños aquella noche, rendida como estaba por haberme levantado el
domingo tan temprano y haber descansando tan poco la noche anterior. Por segunda vez
desde mi llegada a Forks, me despertó la brillante luz de un día soleado.
Me levanté de un salto y corrí hacia la ventana; comprobé con asombro que apenas
había nubes en el cielo, y las pocas que había sólo eran pequeños jirones algodonosos de color
blanco que posiblemente no trajeran lluvia alguna. Abrí la ventana y me sorprendió que se
abriera sin ruido ni esfuerzo alguno a pesar de que no se había abierto en quién sabe cuántos
años, y aspiré el aire, relativamente seco. Casi hacía calor y apenas soplaba viento. Por mis
venas corría la adrenalina.
Charlie estaba terminando de desayunar cuando bajé las escaleras y de inmediato se
apercibió de mi estado de ánimo.
—Ahí fuera hace un día estupendo —comentó.
—Sí —coincidí con una gran sonrisa.
Me devolvió la sonrisa. La piel se arrugó alrededor de sus ojos castaños. Resultaba fácil
ver por qué mi madre y él se habían lanzado alegremente a un matrimonio tan prematuro
cuando Charlie sonreía. Gran parte del joven romántico que fue en aquellos días se había
desvanecido antes de que yo le conociera, cuando su rizado pelo castaño —del mismo color
que el mío, aunque de diferente textura— comenzaba a escasear y revelaba lentamente cada
vez más y más la piel brillante de la frente. Pero cuando sonreía, podía atisbar un poco del
hombre que se había fugado con Renée cuando ésta sólo tenía dos años más que yo ahora.
Desayuné animadamente mientras contemplaba revolotear las motas de polvo en los
chorros de luz que se filtraban por la ventana trasera. Charlie me deseó un buen día en voz
alta y luego oí que el coche patrulla se alejaba. Vacilé al salir de casa, impermeable en mano.
No llevarlo equivaldría a tentar al destino. Lo doblé sobre el brazo con un suspiro y salí
caminando bajo la luz más brillante que había visto en meses.
A fuerza de emplear a fondo los codos, fui capaz de bajar del todo los dos cristales de
las ventanillas del monovolumen. Fui una de las primeras en llegar al instituto. No había
comprobado la hora con las prisas de salir al aire libre. Aparqué y me dirigí hacia los bancos
del lado sur de la cafetería, que de vez en cuando se usaban para algún picnic. Los bancos
estaban todavía un poco húmedos, por lo que me senté sobre el impermeable, contenta de
poder darle un uso. Había terminado los deberes, fruto de una escasa vida social, pero había
unos cuantos problemas de Trigonometría que no estaba segura de haber resuelto bien. Abrí el
libro aplicadamente, pero me puse a soñar despierta a la mitad de la revisión del primer
problema. Garabateé distraídamente unos bocetos en los márgenes de los deberes. Después de
algunos minutos, de repente me percaté de que había dibujado cinco pares de ojos negros que
me miraban fijamente desde el folio. Los borré con la goma.
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