Page 59 - Crepusculo 1
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probablemente, también los de sus tatarabuelos. Parecía aprobar la excursión. Me pregunté si
aprobaría mi plan de ir en coche a Seattle con Edward Cullen. Tampoco se lo iba a decir.
—Papá —pregunté como por casualidad—, ¿conoces un lugar llamado Goat Rocks, o
algo parecido? Creo que está al sur del monte Rainier.
—Sí... ¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—Algunos chicos comentaron la posibilidad de acampar allí.
—No es buen lugar para acampar —parecía sorprendido—. Hay demasiados osos. La
mayoría de la gente acude allí durante la temporada de caza.
—Oh —murmuré—, tal vez haya entendido mal el nombre.
Pretendía dormir hasta tarde, pero un insólito brillo me despertó. Abrí los ojos y vi
entrar a chorros por la ventana una límpida luz amarilla. No me lo podía creer. Me apresuré a
ir a la ventana para comprobarlo, y efectivamente, allí estaba el sol. Ocupaba un lugar
equivocado en el cielo, demasiado bajo, y no parecía tan cercano como de costumbre, pero era
el sol, sin duda. Las nubes se congregaban en el horizonte, pero en el medio del cielo se veía
una gran área azul. Me demoré en la ventana todo lo que pude, temerosa de que el azul del
cielo volviera a desaparecer en cuanto me fuera.
La tienda de artículos deportivos olímpicos de Newton se situaba al extremo norte del
pueblo. La había visto con anterioridad, pero nunca me había detenido allí al no necesitar
ningún artículo para estar al aire libre durante mucho tiempo. En el aparcamiento reconocí el
Suburban de Mike y el Sentra de Tyler. Vi al grupo alrededor de la parte delantera del
Suburban mientras aparcaba junto a ambos vehículos. Eric estaba allí en compañía de otros
dos chicos con los que compartía clases; estaba casi segura de que se llamaban Ben y Conner.
Jess también estaba, flanqueada por Angela y Lauren. Las acompañaban otras tres chicas,
incluyendo una a la que recordaba haberle caído encima durante la clase de gimnasia del
viernes. Esta me dirigió una mirada asesina cuando bajé del coche, y le susurró algo a Lauren,
que se sacudió la dorada melena y me miró con desdén.
De modo que aquél iba a ser uno de esos días.
Al menos Mike se alegraba de verme.
— ¡Has venido! —gritó encantado—. ¿No te dije que hoy iba a ser un día soleado?
—Y yo te dije que iba a venir —le recordé.
—Sólo nos queda esperar a Lee y a Samantha, a menos que tú hayas invitado a alguien
—agregó.
—No —mentí con desenvoltura mientras esperaba que no me descubriera y deseando al
mismo tiempo que ocurriese un milagro y apareciera Edward.
Mike pareció satisfecho.
— ¿Montarás en mi coche? Es eso o la minifurgoneta de la madre de Lee.
—Claro.
Sonrió gozoso. ¡Qué fácil era hacer feliz a Mike!
—Podrás sentarte junto a la ventanilla —me prometió. Oculté mi mortificación. No
resultaba tan sencillo hacer felices a Mike y a Jessica al mismo tiempo. Ya la veía mirándonos
ceñuda.
No obstante, el número jugaba a mi favor. Lee trajo a otras dos personas más y de
repente se necesitaron todos los asientos. Me las arreglé para situar a Jessica en el asiento
delantero del Suburban, entre Mike y yo. Mike podía haberse comportado con más elegancia,
pero al menos Jess parecía aplacada.
Entre La Push y Forks había menos de veinticinco kilómetros de densos y vistosos
bosques verdes que bordeaban la carretera. Debajo de los mismos serpenteaba el caudaloso
río Quillayute. Me alegré de tener el asiento de la ventanilla. Giré la manivela para bajar el
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