Page 36 - Manolito Gafotas
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una foto al más chulito del planeta recogiéndome las cosas. Es algo que no ocurre
todos los días. Cuando ya estuve de pie, Yihad me dijo:
—Seguro que se lo ha dicho.
O sea, que el chulito tenía miedo. Creo que fue uno de los momentos más
felices de mi vida en el Planeta Azul. Pero no, mi abuelo Nicolás no se había ido
de la lengua, no es de esos. Yihad se dio cuenta en seguida porque su abuelo
estaba con él como siempre. Nos fuimos los cuatro juntos por el camino, los dos
abuelos y nosotros dos, que jamás habíamos andado juntos por la calle. Yihad
sólo se me había acercado alguna vez para darme una patada, era la única
relación íntima que habíamos tenido. Ésa y la vez que me había roto las gafas.
Yihad rompió el hielo infernal que había entre nosotros:
—No nos quedará más remedio que ser amigos.
—Pues sí, ya has oído a mi abuelo lo que puede pasarte si vuelves a tocarme.
En ese momento llegó el Orejones, que se quedó embobado mirándonos. No
podía creer que Yihad y yo estuviéramos andando por la calle como dos tíos
normales.
—¿Y tú qué miras, bobo? —le preguntó Yihad con mucha educación.
El Orejones ya estaba a punto de echarse a correr, pero yo le paré y le dije a
Yihad:
—Si eres amigo mío también tendrás que ser amigo de éste. Responde: ¿Sí o
no?
Fueron momentos de gran tensión ambiental. Yihad contestó al final que sí,
dijo que sí, y dijo que qué iba a hacer, que no le quedaba más remedio. Pero él
también puso sus condiciones:
—Y tú júrame por tu padre que jamás en tu vida me volverás a llamar el
capitán Merluza.
Se lo juré por mi padre, por mi madre, por el Imbécil, por mi abuelo, pero
sobre todo se lo juré por mí mismo. Sabía que si volvía a pronunciar ese nombre,
mi vida correría peligro. De todas formas, como nadie puede entrar en mi
cerebro, yo puedo seguir llamándoselo mentalmente por los siglos de los siglos
¡capitán Merluza!