Page 35 - Manolito Gafotas
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podían romper las gafas; de momento estaban arreglándose en el oculista.
        —Don Faustino —le dijo mi abuelo al abuelo de Yihad—, mire cómo le han
      dejado el ojo a mi nieto de un puñetazo.
        —¡Qué bestia! —dijo el abuelo de Yihad para arreglarlo. Yihad miraba para
      otro lado como si la conversación no fuera con él—. ¿Y no pudiste defenderte,
      Manolito?
        —Es que el otro era más chulito —contestó mi abuelo—. Además le ha roto
      las gafas.
        —Con lo que cuestan unas gafas —dijo don Faustino—. Si mi Yihad hubiera
      estado delante seguro que le había dado su merecido a ese macarra, ¿verdad,
      Yihad?
        Yihad estaba muy rojo y miraba al suelo, pero dijo que sí con la cabeza. Mi
      abuelo se acercó mucho a Yihad y terminó la conversación diciendo:
        —Así espero que sea la próxima vez. De lo que puede estar seguro ese chulo
      es de que como esto vuelva a ocurrir entre todos le daremos una buena tunda, así
      es como aprenden algunos cobardes que sólo se atreven con los más débiles. Y
      ahora,  Manolito,  vete  con  Yihad  a  clase;  con  él  no  tienes  que  tener  miedo,  te
      defenderá de cualquiera; si vas con Yihad el abuelo está tranquilo.
        Fue increíble. Mi abuelo se merece el Premio Nobel de la Paz.
      Yihad y yo entramos en el colegio sin decirnos nada. Durante la clase Yihad me
      pasó una nota. Decía:
          ¿Crees  que  tu  agüelo  le  dirá  a  mi  agüelo  que  he  sido  yo  el  que  te
        rompió las gafas?
        Le contesté con otra nota:
          No lo sé, no sé si mi aBuelo le dirá a tu aBuelo que tú eres el culpable.
        No creo que Yihad se diera cuenta de la indirecta con la B alta que le había
      puesto; él es muy bestia en todos los sentidos.
        Yo estaba seguro de que mi abuelo nunca se chivaría, pero prefería que el
      chulito lo pasara mal durante un rato.
        Cuando salimos de la escuela nuestros dos abuelos estaban esperándonos. Yo
      empecé a correr hacia ellos, pero como no llevaba las gafas me tropecé. Bueno,
      si digo la verdad verdadera tengo que reconocer que me suelo tropezar con o sin
      gafas,  de  todas  las  maneras  posibles.  Entonces  ocurrió  lo  increíble:  Yihad  se
      agachó y me ayudó a recoger la cartera y el jersey. Me hubiera gustado sacarle
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