Page 34 - Manolito Gafotas
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Lo  pasamos  bestial.  Ir  al  oculista  mola  un  pegote;  me  encanta  que  el  tío  te
      pregunte qué ves ahí y tú vas y le dices « la P y ahora la J y ahora la K» . Es el
      único momento de tu vida en que te preguntan algo y no te la cargas por dar una
      respuesta que no es la correcta.
        Después  del  oculista  fuimos  a  desayunar  a  una  cafetería.  Yo  le  dije  a  mi
      padre que quería sentarme en un taburete de los de la barra, de esos que dan
      vueltas.  Molaba  tres  kilos.  Mi  padre  me  dejó  pedir  un  batido,  una  palmera  de
      chocolate y un donuts. No había ningún otro niño en la cafetería, todos debían
      estar aguantando a todas las sitas Asunción que hay en este mundo mundial. Me
      miré en el espejo de la cafetería para verme el peinado que me había hecho esa
      mañana: era con la raya al lado y un caracolillo como el de Supermán, y pensé:
      « A lo mejor creen que no soy un niño, a lo mejor piensan que en vez de ocho
      años tengo dieciocho. A lo mejor creen que mi padre y yo somos dos amigos o
      dos  primos  hermanos.  Claro  que  cuando  ponga  los  pies  en  el  suelo  se  darán
      cuenta de mi verdadera estatura. Entonces, a lo mejor creen que soy un enano
      que trabaja en un circo» .
        El camarero se acercó a mi padre y le dijo:
        —Parece  que  el  niño  tiene  hambre  —luego  me  dijo  a  mí—:  Como  sigas
      comiendo así te vas a hacer más alto que tu papá.
        Hay camareros que lo saben todo. Éste sabía que yo era un niño y que mi
      padre era mi padre. Debe de ser que mi cara es como un libro abierto, eso es lo
      que dice siempre mi madre. Está claro que no puedo engañar a nadie.
        Mi padre me dejó comer otro bollo y luego me dio unas cuantas vueltas en el
      taburete  y  me  prometió  que  un  día  me  llevaría  a  hacer  un  viaje  largo  en  el
      camión. Como verás no me guardaba ningún rencor por haberle roto las gafas.
      Entonces pensé que yo tampoco tenía que guardarle rencor a Yihad, pero sí que
      se lo guardaba, y mucho. Todo el rencor del mundo mundial lo tenía yo en esos
      momentos.  En  eso  había  salido  a  mi  madre:  ella  también  es  muy  rencorosa
      cuando se pone.
        Todo era muy raro ese día; mi padre comía en casa como si fuera domingo.
      La única que seguía igual era mi madre, que hizo lentejas como casi siempre. Mi
      abuelo siempre nos pregunta:
        —¿Por dónde nos salen las lentejas?
        —¡Por las orejas! —gritamos con todas nuestras fuerzas el Imbécil y yo.
      El abuelo me llevó al colegio, como todas las, tardes, y mis padres se quedaron
      echando la siesta. Qué morro. Se acercaba el momento en el que mi abuelo iba a
      actuar como mediador en nuestra Gran Guerra. En la puerta de la escuela estaba
      Yihad con su abuelo. El mío me cogió de la mano y fuimos hacia ellos. Yo estaba
      preparado para que me dieran otro puñetazo. Bueno, por lo menos ahora no me
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