Page 235 - Frankenstein
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a muchos proyectos; pero aquel por el que fi-
nalmente me decidí consistía en entrar en su
morada cuando el anciano ciego estuviera solo.
Tenía la suficiente astucia como para saber que
la fealdad anormal de mi persona era lo que
principalmente desencadenaba el horror en
aquellos que me contemplaban. Mi voz, aunque
ruda, no tenía nada de terrible. Por tanto pensé
que, si en ausencia de sus hijos conseguía des-
pertar la benevolencia y atención del anciano
De Lacey, lograría con su intervención que mis
jóvenes protectores me aceptaran.
Cierto día, en que el sol iluminaba las hojas
rojizas que alfombraban el suelo y contagiaba
alegría, si bien no calor, Safie, Agatha y Félix
salieron a dar un largo paseo por el campo
mientras que el anciano prefirió quedarse en la
casa. Cuando los jóvenes se hubieron marcha-
do, cogió la guitarra y tocó algunas melancóli-
cas pero dulces tonadillas, más dulces y melan-
cólicas de lo que jamás hasta entonces le había
oído tocar. Al principio su rostro se iluminó de