Page 303 - Frankenstein
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taban ni curioseaban, y apenas si me agradecie-
   ron los víveres y ropas que les di, lo que de-
   muestra hasta qué punto el sufrimiento insen-
   sibiliza incluso los sentimientos más elementa-
   les del hombre.
     En este retiro dedicaba las mañanas al trabajo;
   pero por la noche, cuando el tiempo lo permi-
   tía, paseaba por la pedregosa playa y escuchaba
   el bramido de las olas que rompían a mis pies.
   Era un paisaje monótono y a la vez siempre
   cambiante. Me acordaba de Suiza y lo distinta
   que era de este lugar desolado y atemorizante.
   Allí, las viñas cubren las colinas, y las casitas
   puntillean tupidamente las llanuras. Sus her-
   mosos lagos reflejan un cielo suave y azul; y
   cuando los vientos los alteran, su efervescencia
   es como un juego de niños, comparada con los
   bramidos del inmenso océano.
     Así distribuí mi tiempo al llegar; pero a me-
   dida que avanzaba en mi labor, me resultaba
   más molesta y repulsiva cada día. Había veces
   que me era imposible entrar en mi laboratorio
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