Page 302 - Frankenstein
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escarpados laterales batían las olas constante-
mente. El terreno era yermo, apenas si ofrecía
pasto para algunas escuálidas vacas y avena
para sus cinco habitantes, cuyos cuerpos esque-
léticos y retorcidos daban prueba de su misera-
ble existencia. El pan y las verduras, cuando se
permitían semejantes lujos, e incluso el agua
potable, venían del continente, que quedaba a
unas cinco millas de allí.
En toda la isla no había más que tres míseras
chozas, una de las cuales encontré desocupada
al llegar. La alquilé. Tenía sólo dos cuartos, que
mostraban la suciedad propia de las más abso-
luta indigencia. La techumbre, de ramas y ras-
trojos, se estaba hundiendo; las paredes no es-
taban encaladas, y la puerta colgaba, torcida, de
uno de los goznes. Ordené que la repararan,
compré algunos muebles y me instalé, lo que
sin duda hubiera ocasionado bastante sorpresa
de no ser porque la necesidad y la pobreza
habían entumecido por completo las mentes de
estos habitantes. El hecho es que ni me moles-