Page 92 - El Alquimista
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—Somos refugiados de la guerra de los clanes —dijo otro bulto—.
Tenemos que saber qué escondes ahí. Necesitamos dinero.
—No escondo nada —repuso el muchacho.
Pero uno de los recién llegados lo agarró y lo sacó fuera del agujero. Otro
comenzó a revisar sus bolsillos. Y encontraron el pedazo de oro.
— ¡Tiene oro! —exclamó uno de los asaltantes.
La luna iluminó el rostro del asaltante que lo estaba registrando y él pudo
ver la muerte en sus ojos.
—Debe de haber más oro escondido en el suelo —dijo otro.
Y obligaron al muchacho a cavar. El muchacho continuó cavando y no
encontraba nada. Entonces empezaron a pegarle. Continuaron pegándole hasta
que aparecieron los primeros rayos del sol en el cielo. Su ropa quedó hecha
jirones, y él sintió que su muerte estaba próxima.
«¿De qué sirve el dinero, si tienes que morir? Pocas veces el dinero es
capaz de librar a alguien de la muerte», había dicho el Alquimista. —¡Estoy
buscando un tesoro! —gritó finalmente el muchacho. E incluso con la boca
herida e hinchada a puñetazos, contó a los salteadores que había soñado dos
veces con un tesoro escondido junto a las Pirámides de Egipto.
El que parecía el jefe permaneció largo rato en silencio. Después habló con
uno de ellos:
—Puedes dejarlo. No tiene nada más. Debe de haber robado este oro.
El muchacho cayó con el rostro en la arena. Dos ojos buscaron los suyos;
era el jefe de los salteadores. Pero el muchacho estaba mirando a las
Pirámides.
—¡Vámonos! —dijo el jefe a los demás. Después se dirigió al muchacho
—: No vas a morir —aseguró—. Vas a vivir y a aprender que el hombre no
puede ser tan estúpido. Aquí mismo, en este lugar donde estás tú ahora, yo
también tuve un sueño repetido hace casi dos años. Soñé que debía ir hasta los
campos de España y buscar una iglesia en ruinas donde los pastores
acostumbraban a dormir con sus ovejas y que tenía un sicómoro dentro de la
sacristía. Según el sueño, si cavaba en las raíces de ese sicómoro, encontraría
un tesoro escondido. Pero no soy tan estúpido como para cruzar un desierto
sólo porque tuve un sueño repetido.
Después se fue.
El muchacho se levantó con dificultad y contempló una vez más las
Pirámides. Las Pirámides le sonreían, y él les devolvió la sonrisa, con el
corazón repleto de felicidad.