Page 88 - El Alquimista
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—¿Aprenderé a hacer esto algún día? —preguntó el muchacho.
—Ésta fue mi Leyenda Personal, y no la tuya —respondió el Alquimista
—. Pero quería mostrarte que es posible hacerlo.
Caminaron de vuelta hasta la puerta del convento. Allí, el Alquimista
dividió el disco en cuatro partes.
—Ésta es para usted —dijo ofreciéndole una parte al monje—. Por su
generosidad con los peregrinos.
—Esto es un pago que excede a mi generosidad —replicó el monje.
—Jamás repita eso. La vida puede escucharlo y darle menos la próxima
vez.
Después se aproximó al muchacho.
—Ésta es para ti. Para compensar lo que le diste al general.
El muchacho iba a decir que era mucho más de lo que había entregado al
general. Pero se calló porque había oído el comentario que el Alquimista le
había hecho al monje.
—Ésta es para mí —dijo el Alquimista guardándose una parte—. Porque
tengo que volver por el desierto y hay guerra entre los clanes.
Entonces tomó el cuarto pedazo y se lo entregó nuevamente al monje.
—Ésta es para el muchacho, en caso de que la necesite.
—¡Pero si voy en busca de mi tesoro! —se quejó el chico—. ¡Ahora ya
estoy bien cerca de él!
—Y estoy seguro de que lo encontrarás —dijo el Alquimista.
—Entonces, ¿a qué viene esto?
—Porque tú ya perdiste en dos ocasiones, con el ladrón y con el general, el
dinero que ganaste en tu viaje. Yo soy un viejo árabe supersticioso, y creo en
los proverbios de mi tierra. Y existe un proverbio que dice: «Todo lo que
sucede una vez puede que no suceda nunca más. Pero todo lo que sucede dos
veces, sucederá, ciertamente, una tercera.»
Montaron en sus caballos.
—Quiero contarte una historia sobre sueños —dijo el Alquimista.
El muchacho aproximó su caballo.
—En la antigua Roma, en la época del emperador Tiberio, vivía un hombre
muy bondadoso que tenía dos hijos: uno era militar, y cuando entró en el
ejército fue enviado a las más lejanas regiones del Imperio. El otro hijo era