Page 83 - El Alquimista
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El  viento  se  acercó  al  muchacho  y  tocó  su  rostro.  Había  escuchado  su
               conversación  con  el  desierto,  porque  los  vientos  siempre  lo  oyen  todo.
               Recorrían el mundo sin un lugar donde nacer y sin un lugar donde morir.

                   —Ayúdame —le pidió el muchacho al viento—. Un día escuché en ti la
               voz de mi amada.

                   —¿Quién te enseñó a hablar el lenguaje del desierto y del viento?

                   —Mi corazón —repuso el muchacho.


                   El viento tenía muchos nombres. Allí lo llamaban siroco, porque los árabes
               creían  que  provenía  de  tierras  cubiertas  de  agua,  habitadas  por  hombres
               negros.  En  la  tierra  lejana  de  donde  procedía  el  muchacho  lo  llamaban
               Levante, porque creían que traía las arenas del desierto y los gritos de guerra
               de los moros. Tal vez en algún lugar más allá de los campos de ovejas, los
               hombres pensaran que el viento nacía en Andalucía. Pero el viento no venía de
               ninguna  parte,  y  no  iba  a  ninguna  parte,  y  por  eso  era  más  fuerte  que  el

               desierto.  Un  día  ellos  podrían  plantar  árboles  en  el  desierto,  e  incluso  criar
               ovejas, pero jamás conseguirían dominar el viento.

                   —Tú  no  puedes  ser  viento  —le  dijo  el  viento—.  Somos  de  naturalezas
               diferentes.

                   —No  es  verdad  —replicó  el  muchacho—.  Conocí  los  secretos  de  la
               Alquimia mientras vagaba por el mundo contigo. Tengo en mí los vientos, los

               desiertos, los océanos, las estrellas, y todo lo que fue creado en el Universo.
               Fuimos  hechos  por  la  misma  Mano,  y  tenemos  la  misma  Alma.  Quiero  ser
               como tú, penetrar en todos los rincones, atravesar los mares, levantar la arena
               que cubre mi tesoro, acercar a mí la voz de mi amada.

                   —Escuché tu conversación con el Alquimista el otro día —dijo el viento
               —. Él dijo que cada cosa tiene su Leyenda Personal. Las personas no pueden

               transformarse en viento.

                   —Enséñame a ser viento durante unos instantes —le pidió el muchacho—,
               para que podamos conversar sobre las posibilidades ilimitadas de los hombres
               y de los vientos.

                   El  viento  era  curioso,  y  aquello  era  algo  que  él  no  conocía.  Le  gustaría
               conversar sobre aquel asunto, pero no sabía cómo transformar a los hombres
               en  viento.  ¡Y  eso  que  sabía  hacer  infinidad  de  cosas!  Construía  desiertos,
               hundía  barcos,  derribaba  bosques  enteros  y  paseaba  por  ciudades  llenas  de

               música  y  de  ruidos  extraños.  Se  consideraba  ilimitado  y,  sin  embargo,  ahí
               estaba ese muchacho diciéndole que aún había más cosas que un viento podía
               hacer.

                   —Es eso que llaman Amor —dijo el muchacho al ver que el viento estaba
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