Page 86 - El Alquimista
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—Que me ayudes a transformarme en viento —respondió el muchacho.

                   —La Naturaleza me reconoce como la más sabia de todas las criaturas —
               dijo el Sol—, pero no sé cómo transformarte en viento.

                   —¿Con quién debo hablar, entonces?

                   Por un momento, el Sol se quedó callado. El viento lo estaba escuchando
               todo,  y  difundiría  por  todo  el  mundo  que  su  sabiduría  era  limitada.  Sin
               embargo,  no  había  manera  de  eludir  a  aquel  muchacho  que  hablaba  el

               Lenguaje del Mundo.

                   —Habla con la Mano que lo escribió todo —dijo el Sol.

                   El viento gritó de alegría y sopló con más fuerza que nunca. Las tiendas
               comenzaron a arrancarse de la arena y los animales se soltaron de sus riendas.
               En  el  peñasco,  los  hombres  se  agarraban  los  unos  a  los  otros  para  no  ser
               lanzados lejos.

                   El muchacho se dirigió entonces a la Mano que Todo lo Había Escrito. Y,

               en vez de empezar a hablar, sintió que el Universo permanecía en silencio, y él
               guardó silencio también.

                   Una fuerza de Amor surgió de su corazón y el muchacho comenzó a rezar.
               Era  una  oración  nueva,  pues  era  una  oración  sin  palabras  y  sin  ruegos.  No
               estaba agradeciendo que las ovejas hubieran encontrado pasto, ni implorando
               para  vender  más  cristales,  ni  pidiendo  que  la  mujer  que  había  encontrado
               estuviese  esperando  su  regreso.  En  el  silencio  que  siguió,  el  muchacho

               entendió que el desierto, el viento y el Sol también buscaban las señales que
               aquella Mano había escrito, y procuraban cumplir sus caminos y entender lo
               que estaba escrito en una simple esmeralda. Sabía que aquellas señales estaban
               diseminadas  por  la  Tierra  y  el  Espacio,  y  que  en  su  apariencia  no  tenían
               ningún motivo ni significado, y que ni los desiertos, ni los vientos, ni los soles

               ni los hombres sabían por qué habían sido creados. Pero aquella Mano tenía un
               motivo para todo ello, y sólo ella era capaz de operar milagros, de transformar
               océanos en desiertos y hombres en viento. Porque sólo ella entendía que un
               designio mayor empujaba al Universo hacia un punto donde los seis días de la
               creación se transformarían en la Gran Obra. Y el muchacho se sumergió en el
               Alma del Mundo y vio que el Alma del Mundo era parte del Alma de Dios, y
               vio que el Alma de Dios era su propia alma. Y que podía, por lo tanto, realizar

               milagros.

                   El  simún  sopló  aquel  día  como  jamás  había  soplado.  Durante  muchas
               generaciones  los  árabes  contaron  la  leyenda  de  un  muchacho  que  se  había
               transformado  en  viento,  había  semidestruido  un  campamento  militar  y
               desafiado el poder del general más importante del ejército.
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