Page 175 - Amor en tiempor de Colera
P. 175
Lucrecia del Real, elegido presidente del Club Social la semana anterior. El escándalo fue
sofocado en pocas horas. Pero Lucrecia del Real no volvió a visitar a Fermina Daza, y
ésta lo interpretó como un reconocimiento de la culpa.
Muy pronto quedó claro, sin embargo, que tampoco Fermina Daza estaba a salvo
de los riesgos de su clase. La justicia se ensañó contra ella por su único flanco débil: los
negocios del padre. Cuando éste tuvo que desterrarse a la fuerza, ella conoció un solo
episodio de sus comercios turbios, tal como se lo contó Gala Placidia. Más tarde, cuando
el doctor Urbino se lo confirmó después de la entrevista con el gobernador, quedó
convencida de que su padre había sido víctima de una infamia. El hecho fue que dos
agentes del gobierno se habían presentado con una orden de requisa en la casa del
parque de Los Evangelios, la registraron de arriba abajo sin encontrar lo que buscaban, y
al final ordenaron abrir el ropero con puertas de espejo de la antigua alcoba de Fermina
Daza. Gala Placidia, sola en la casa y sin modos de prevenir a nadie, se negó a abrirlo
con la excusa de que no tenía las llaves. Entonces uno de los agentes rompió el espejo
de las puertas con la culata del revólver, y descubrió que entre el cristal y la madera
había un espacio atiborrado de billetes falsos de cien dólares. Esta fue la culminación de
una cadena de pistas que conducían hasta Lorenzo Daza como el eslabón último de una
vasta operación internacional. Era un fraude maestro, pues los billetes tenían las marcas
de agua del papel original: habían borrado billetes de un dólar por un procedimiento
químico que parecía cosa de magia, y habían impreso en su lugar billetes de a cien.
Lorenzo Daza alegó que el ropero había sido comprado mucho después del matrimonio
de la hija, y que debió llegar a la casa con los billetes escondidos, pero la policía
comprobó que estaba allí desde que Fermina Daza iba al colegio. Nadie sino él mismo
hubiera podido esconder la falsa fortuna detrás de los espejos. Eso fue lo único que el
doctor Urbino le contó a su esposa cuando se comprometió con el gobernador a mandar
al suegro de regreso a su tierra para tapar el escándalo. Pero el diario contaba mucho
más.
Contaba que durante una de las tantas guerras civiles del siglo anterior, Lorenzo
Daza había sido intermediario entre el gobierno del presidente liberal Aquileo Parra y un
tal Joseph K. Korzeniowski, polaco de origen, que estuvo demorado aquí varios meses en
la tripulación del mercante Saint Antoine, de bandera francesa, tratando de definir un
confuso negocio de armas. Korzeniowski, que más tarde se haría célebre en el mundo
con el nombre de Joseph Conrad, hizo contacto no se sabía cómo con Lorenzo Daza,
quien le compró el cargamento de armas por cuenta del gobierno, con sus credenciales y
sus recibos en regla, y pagado en oro de ley. Según la versión del periódico, Lorenzo
Daza dio por desaparecidas las armas en un asalto improbable, y las volvió a vender por
el doble de su precio real a los conservadores en guerra contra el gobierno.
También contaba La Justicia que Lorenzo Daza compró a muy bajo precio un
cargamento de botas sobrantes del ejército inglés, por los tiempos en que el general
Rafael Reyes fundó la Marina de Guerra, y con esa sola operación dobló su fortuna en
seis meses. Según el diario, cuando el cargamento llegó a este puerto, Lorenzo Daza se
negó a recibirlo porque sólo venían las botas del pie derecho, pero fue el único
concurrente cuando la aduana lo sacó a remate de acuerdo con las leyes vigentes, y lo
compró por una suma simbólica de cien pesos. Por esos mismos días, un cómplice suyo
compró en iguales condiciones el cargamento de botas izquierdas, que había llegado por
la aduana de Riohacha. Una vez puestas en orden, Lorenzo Daza se valió de su pa-
rentesco político con los Urbino de la Calle, y le vendió las botas a la nueva Marina de
Guerra con una ganancia del dos mil por ciento.
La información de la justicia terminaba diciendo que Lorenzo Daza no abandonó a
San Juan de la Ciénaga a fines del siglo anterior en busca de mejores aires para el
porvenir de su hija, como a él le gustaba decir, sino por haber sido sorprendido en la
próspera industria de mezclar tabaco de importación con papel picado, y de un modo tan
hábil, que ni los fumadores refinados notaban el engaño. También se revelaban sus
vínculos con una empresa clandestina internacional, cuya actividad más fructífera a fines
del siglo anterior había sido la introducción ilegal de chinos desde Panamá. En cambio, el
Gabriel García Márquez 175
El amor en los tiempos del cólera