Page 106 - veinte mil leguas de viaje submarino
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frente, y la mano crispada sobre la rueda del timón, el timonel parecía conducir aún su
                  bar-co naufragado a través de las profundidades del océano.

                  ¡Qué escena! Estábamos en silencio, con el corazón palpi-tante, ante aquel naufragio
                  sorprendido ínfraganti y, por así decir, fotografiado en su último minuto. Y veía ya avanzar
                  a enormes tiburones que con los ojos encendidos acudían atraídos por el cebo de la carne
                  humana.

                  El Nautilus dio una vuelta en torno al navío sumergido, y al pasar ante la popa del mismo
                  pude leer su nombre: Florí-da, Sunderland.





                  19. Vanikoro



                  Ese terrible espectáculo inauguraba la serie de catástrofes marítimas que el Nautilus debía
                  encontrar en su derrotero. Desde su incursión en mares más frecuentados, veíamos a
                  menudo restos de naufragios que se pudrían entre dos aguas, y más profundamente
                  cañones, obuses, anclas, cade-nas y otros mil objetos de hierro carcomidos por el orín.

                  El Nautilus, en el que vivíamos como aislados, llegó el 11 de diciembre a las inmediaciones
                  del archipiélago de las Po-motú, calificado como peligroso por Bougainville, que se
                  ex-tiende sobre un espacio de quinientas leguas desde el Este-Sudeste al Oeste Noroeste,
                  entre los 130 30' y 230 50' de latitud Sur y los 1250 30' y 1510 30' de longitud Oeste, desde
                  la isla Ducia hasta la isla Lazareff. Este archipiélago cubre una superficie de trescientas
                  setenta leguas cuadradas y está for-mado por unos sesenta grupos de islas, entre los que
                  destaca el de Gambier, al que Francia ha impuesto su protectorado. Son islas coralígenas.
                  Un levantamiento lento pero continuo, provocado por el trabajo los pólipos, las unirá algún
                  día entre sí. Luego, esta nueva isla se soldará a su vez a los archi-piélagos vecinos, y un
                  quinto continente se extenderá desde la Nueva Zelanda y la Nuelva Caledonia hasta las
                  Marquesas.

                  El día que ante el capitán Nemo desarrollé esta teoría, él me respondió fríamente:

                   No son nuevos continentes lo que necesita la Tierra, sino hombres nuevos.

                  Los azares de su navegación habían conducido al Nautilus hacia la isla
                  Clermont Tonnerre, una de las más curiosas del grupo, que fue descubierta en 1822 por el
                  capitán Bell, de la La Minerve. Pude así estudiar el sistema madrepórico, al que deben su
                  formación las islas de este océano.

                  Las madréporas, que no hay que confundir con los cora-les, tienen un tejido revestido de
                  una costra calcárea, cuyas modificaciones estructurales han inducido a mi ilustre maestro,
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