Page 103 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Así, pues, aquí está la verdadera existencia. Yo podría concebir la fundación de ciudades
                  náuticas, de aglomera-ciones de casas submarinas [L14] que, como el Nautílus,
                  ascende-rían cada mañana a respirar a la superficie del mar, ciudades libres como no existe
                  ninguna, ciudades independientes. Pero quién sabe si algún déspota...

                  El capitán Nemo interrumpió su frase con un gesto vio-lento. Luego, como para expulsar un
                  pensamiento funesto, se dirigió a mí diciéndome:

                   Señor Aronnax, ¿sabe usted cuál es la profundidad del océano?

                   Sé al menos, capitán, lo que nos han revelado los princi-pales sondeos hechos hasta la
                  fecha.

                   ¿Podría usted citarlos, para que yo pueda controlarlos?

                   He aquí algunos  respondí , o por lo menos los que me vienen ahora a la memoria. Si
                  no me equivoco, se ha hallado una profundidad media de ocho mil doscientos metros en el
                  Atlántico Norte y de dos mil quinientos metros en el Medi-terráneo. Los sondeos más
                  notables efectuados en el Atlánti-co Sur, cerca de los treinta y cinco grados, han dado doce
                  mil metros, catorce mil noventa y un metros y quince mil ciento cuarenta y nueve metros.
                  En resumen, se estima que si el fondo del mar estuviera nivelado su profundidad media
                  se-ría de unos siete kilómetros[L15] .

                   Bien, señor profesor  respondió el capitán Nemo , es-pero mostrarle algo mejor. En
                  cuanto a la profundidad me-dia de esta parte del Pacífico, puedo informarle de que es
                  so-lamente de cuatro mil metros.

                  Dicho esto, el capitán Nemo se dirigió hacia la escotilla y desapareció por la escalera. Le
                  seguí y me dirigí al gran salón.

                  En seguida, la hélice se puso en movimiento y la corredera acusó una velocidad de veinte
                  millas por hora.

                  Durante los días y las semanas siguientes, vi al capitán Nemo muy pocas veces. Su segundo
                  echaba regularmente el punto, que se consignaba en la carta, de tal suerte que yo po-día
                  seguir exactamente la ruta del Nautílus.

                  Conseil y Land pasaban mucho tiempo conmigo. Conseil había relatado a su amigo las
                  maravillas de nuestro paseo, y el canadiense lamentaba no habernos acompañado. Pero yo
                  esperaba que se presentaría nuevamente una ocasion para visitar los bosques oceánicos.

                  Durante algunas horas y casi todos los días se descubrían los observatorios del salón y
                  nuestras miradas no se cansa-ban de penetrar en los misterios del mundo submarino.

                  El rumbo general del Nautílus era Sudeste y se mante-nía entre cien y ciento cincuenta
                  metros de profundidad. Un día, sin embargo, por no sé qué capricho, navegando
                  diagonalmente por medio de sus planos inclinados, alcanzó las capas de agua situadas a dos
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